Todo gira entorno a Ancelotti, el máster de la esfera

Todo gira entorno a Ancelotti, el máster de la esfera


El 10 de junio Carlo Ancelotti cumplirá 65 años, aunque por su palmarés parece haber vivido muchos más. El técnico de Real Madrid llega a Wembley con la ambición de su quinta condecoración en Europa ante un Borrusia que construye siempre su narrativa en la entraña y ante la adversidad.

Doctor honoris causa de la pelota -vida divida en dos engomados de alta calificación; como hombre de cancha y de banquillo-, el italiano juega su tercera Champions como míster del cuadro blanco, al que hizo paladín en 2014 y 2022, con el porte de sabio de los entretelones del esquema propio y del contrario, en este caso el club de la clase obrera alemana: el Borussia Dortmund.

Ancelotti (1959, Reggiolo, norte de Italia) es la estampa máximo tribuno del futbol internacional. Militante del medio campo del Milán de Arrigo Sacchi -que ganó las Ligas de Europa en 1988 y 1999 y en el portaba el número 11 al lado de astros como Costacurta, Baresi, Rijkaard, Van Basten y Gullit-, el estandarte del “futbol mental” aprendió muy pronto a descubrir las claves secretas de lo que sucedía en el campo de juego.

Y algo más: lo que sucedía en otras canchas sicológicas: la marca cuando su equipo no poseía la pelota, el aprovechamiento del tiempo regular y el dominio emocional de los rivales cuando éstos se encontraban bajo la espada del marcador. Ancelotti aprendió de Sacchi que el futbol se juega más con la sique que con los pies. Y, después de dolorosos exámenes terapéuticos y fatales resultados de diagnóstico, perfeccionó sus esquemas en los planos físicos y sicológicos; personales y ajenos.

En 2005, cuando su Milán era conducido por el baluarte Genaro Gattuso, Carlo dejó en el piso al Liverpool con tres goles de ventaja en el primer tiempo. Aquel once rojinegro no tenía punto débil: Dida, en el arco; Nesta y Maldini en la defensa; Pirlo y Costa, en el medio campo, y Crespo e Inzaghi, en la delantera, daban razón al marcador, no ajeno al asombro. A la vuelta del vestuario, los espectadores esperaban la goleada estrepitosa de la escuadra lombarda. El futbol, sin embargo, estaba por dar una de sus docencias más enfáticas y célebres del siglo XXI.

Para Ancelotti y para los escribanos de las tradiciones de resultado fácil.

Los enciclopedistas posteriores llamarían a aquel duelo El milagro de Estambul. Carlo fue la víctima; no el bendecido.

Crespo (dos veces) y Maldini dieron una supuesta ventaja definitiva al Milán, de quien se sospechaba el uso del “Candado” para no perder el, parecía, tranquilo desafío de Turquía. Entonces llegó la respuesta de Rafael Benítez, técnico español del Liverpool, el equipo que nunca camina solo, con Gerrard -uno de los dos ingleses en el cuadro inicial del equipo británico- en el cargo de capitán.

Cinco minutos antes del final, el francés Cissé empató por los ingleses. Antes,  Gerrard y el checo Smicer habían nivelado las trincheras de un partido en el que, de pronto, todo era distinto; lo contrario. El 3-3 se mantuvo hasta el final del tiempo regular.

La primera y durísima lección de paciencia y temple llegó para Ancelotti. En la tanda de penales, con el relato heroico en las espaldas, en la antigua Constantinopla fue testigo de cargo de su gran equivocación: nada se decide antes de los tiempos y cinco minutos, en futbol, son eternidad en resumidas cuentas. El ucraniano Shevchenko falló en la ruleta rusa y el Liverpool ganó su quinta (y penúltima, hasta ahora) Liga de Europa.   

Acelotti estaba por cumplir 46 años. Aquella dolorosa noche de Bizancio marcó para siempre su actitud ante el juego, ante la estrategia y ante la lectura íntima del vestidor enemigo. Pondría tanta atención en la mentalidad de sus jugadores como en los de enfrente. Movería todas sus piezas, hasta la más humilde y la menos talentosa, para mantener la ventaja en el registro. Y con ese aprendizaje emprendió el camino.

Deambuló en Inglaterra (Chelsea); España (Real Madrid); Alemania (Bayern Múnich) y regresó a Londres (Everton), a Italia (Nápoles) y, con el rucio en la armadura, a España (otra vez el Madrid), al que volvió en 2021 y al que hizo campeón de Champions League en el año siguiente.

Paciente, con la serenidad que da la madurez y con el temple que dan las mareas altas, Ancelotti no cayó en la desesperación en el juego de vuelta de esta edición de la Champions ante el Bayern de Múnich, cuando éste ganaba por un gol en el Bernabéu hace tres semanas. El tribuno de la mente olió el desorden en el once alemán y esperó, esperó y esperó a que -como él mismo en el juego de Estambul- cometiera los errores en los minutos finales del desafío. Y sucedieron. En un parpadeo de ojos bien abiertos, el Madrid venció a los bávaros sin que el técnico perdiera los estribos en el clímax de la batalla.

Ancelotti es el centro y el entorno blanco en su estancia en Wembley. Mañana en la batalla todos pensarán en él, en el “estoico Carlo”. El Borussia, sistema de trabajo gremial, tiene en claro que el estratega madridista es quien controla el tiempo, el ritmo y el corazón del duelo. Que el míster se parece más a un gran maestro de ajedrez que a un motivador de fórmulas y tácticas de los CEO que abundan en las plantillas millonarias de los jeques árabes y los nuevos managers de la monetización.

Aún así, el Dortmund -piedra siempre incómoda y espina de grandilocuencias- se monta el pulmón en las espaldas y se alista como prueba sofisticada -por su colectividad y su enjundia- para el máster del tablero de la esfera.  



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