Sobre la irreverencia

Sobre la irreverencia


CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- Sir Bertrand Russell alguna vez escribió: “El fin principal de la educación debe consistir en estimular a los jóvenes a que discutan e impugnen las ideas que se daban por seguras. Lo importante es la independencia intelectual. El aspecto negativo de la educación reside en la renuencia a permitir que los estudiantes pongan en tela de juicio las opiniones consagradas y a las personas que ejercen el poder. Es necesario que surjan nuevas ideas, que los jóvenes tengan el mayor aliciente posible para disentir radicalmente de las estupideces de su época. La mayoría de la gente respetable y la mayoría de las ideas que pasan por ser fundamentales implican barreras para los logros humanos”.

Por su parte, Martin Gardner (autor por muchos años de la columna Metamathematics de Scientific American) cuenta la siguiente historia: “Un día, en mis días de estudiante de secundaria, después de terminar un ejercicio que el profesor de matemáticas había dejado en clase, saqué una hoja de papel e intenté resolver un problema que me tenía intrigado: saber si el que jugaba primero en el “Gato” podía siempre tener una estrategia ganadora. Cuando mi maestro notó que estaba garrapateando diversos gatos, me arrebató la hoja y me dijo: “Señor Gardner, cuando usted esté en mi clase espero que trabaje en matemáticas y no en otra cosa…”.

La cita de Russell y el comentario de Gardner reflejan algo en común: la irreverencia es la única alternativa para tratar de cambiar el mundo. Aunque el pequeño Larousse identifica a la irreverencia con la falta de respeto, no debe tomarse esto como una afrenta precisamente a lo que Russell denominaba las opiniones consagradas. Regresemos un momento al juego del Gato. A pesar de su simpleza, tiene en el fondo muchas enseñanzas, por ejemplo, sirve para introducir a los alumnos a las matemáticas combinatorias, a la teoría de juegos, a la simetría y la probabilidad. Igualmente, en la rama de la programación, el escribir un programa que juegue bien al gato es siempre un reto lo suficientemente complejo para cualquier alumno de primer semestre. Así, ese pasatiempo que el profesor de Gardner consideraba de poca importancia resulta una mina de oro en el momento de intentar enseñar algún tópico en matemáticas o cómputo.

Ciertos estudios indican que la genialidad no parece ser un factor decididamente genético, sino que quienes han sido reconocidos como genios tenían el don de preguntarse las cosas y de no dar nada por sentado. Aparentemente en este tono de libertad de ideas hay más alternativas para el desarrollo de la mente humana y en este camino mucha gente ha intentado la creación, por así decirlo, de genios. Es decir, se quiere probar que el genio no nace, se hace. Y tenemos ejemplos de ello: las tres hermanas Polgar, brillantes ajedrecistas que no nacieron, sino se hicieron genios literalmente. Sus padres las entrenaron en el juego ciencia por años y en consecuencia crearon lo que el vulgo cree que es un genio cuando en realidad, como papá Polgar alguna vez aclaró: “Difícil creer que haya tenido la suerte de procrear tres talentos geniales de forma natural. A través del entrenamiento y la disciplina, amén de mucho amor, sólo he hecho una cosa: tres mujeres capaces en el ajedrez”.

Debe quedar claro que una mente libre, sin ataduras, conduce a muchos caminos intelectuales notables. Puede ser que muchos de esos caminos sean finalmente callejones sin salida, pero si de todos ellos surge una buena idea, el resultado justifica la inversión. La irreverencia debería ser tolerada en las escuelas, en los centros de trabajo, en todas partes, pero no en el sentido trivial que nos la presentan, sino como una oportunidad de abrir nuevas puertas e intentar nuevas posibilidades.





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