Ciudad de México (Proceso).– El capítulo XXVI, con el que concluye “De principatibus” es profundo, enigmático y visionario. Su estudio y comprensión plantea muchos problemas. Son de diferente naturaleza. En él, Maquiavelo hace un diagnóstico del estado que guardaba la península italiana; apunta soluciones; éstas llegan a ser un plan de acción política para los gobiernos de los estados de su época: humillados, divididos, lacerados, sometidos e invadidos.
Maquiavelo, en ese capítulo, con fines netamente políticos y con el ánimo de reivindicarse con los nuevos amos de Florencia, utiliza dos temas netamente teológicos: la predestinación y el libre albedrío.
“Y aunque hasta aquí se haya mostrado algún destello en alguno para creer que estaba destinado por Dios para su redención, …” (XXVI, 3).
“El resto debéis hacerlo vos. Dios no quiere hacer todas las cosas, para no quitarnos el libre albedrío y parte de la gloria que nos toca.” (XXVI, 12 y 13).
Maquiavelo, en el último capítulo de su obra asume el papel de profeta; alaga a quien ve como un posible patrón: Lorenzo de Medicis, hijo de Piero de Medicis. En su afán de quedar bien con quien considera un príncipe poderoso, se convierte en un profeta laico; lo halaga; lo hace al grado de considerarlo predestinado para unir a Italia y liberarla de quienes la tienen sometida.
Ese profeta profano que fue Maquiavelo asumió el papel de intérprete y conocedor de los planes que Dios tenía para Italia. Se equivocó. Ser profeta no fue su fuerte. No supo interpretar los signos ni prever el futuro. El predestinado original: Giuliano de Medicis, murió en 1516. El sustituto: Lorenzo, murió poco después: 1519; la unificación de Italia se logró más de 300 años después.
Predestinación y libre albedrío son dos conceptos netamente religiosos; para dar fuerza a su argumentación, Maquiavelo los utiliza en ese contexto. Los personajes, lugares y tópicos que utiliza en el capítulo XXVI son netamente religiosos: Moisés, pueblo de Israel, Egipto; también recurre a ejemplos persas y griegos.
Maquiavelo, que aconsejaba no perder de vista la realidad, que censuró a aquellos que en su mente veían repúblicas que no había tenido existencia, que afirmaba: “Mas por ser mi intención escribir cosas útiles para quienes las entiende, me ha parecido más conveniente ir directamente a la verdad efectiva de la cosa que a la representación imaginaria de ella. Y muchos se han imaginado repúblicas y principados que jamás se han visto ni conocido en la realidad; …” (“De principatibus”, XV, 3 y 4); él, en el capítulo XXVI, incurre en el pecado, que llega a delito, de convertirse en un idealista y en un falso profeta, tanto como lo fue su paisano, contemporáneo y profeta desarmado: Jerónimo Savonarola.
Carta a los Efesios
Fue Pablo de Tarso quien, como conocedor del pensamiento griego, introdujo en el cristianismo el concepto de predestinación y de libre arbitrio. Ambos conceptos eran ajenos al pensamiento religioso judío.
En la versión de la Biblia de Cipriano de Valera y Casidoro de Reyna, el término predestinación aparece cinco veces (“Concordancias de la Biblia Strong”, Grupo Nelson, Nashville, 2002, p. 666). Todos ellos en las obras atribuidas a Pablo de Tarso y a quien, utilizando su nombre, escribió la carta a los Efesios. Los textos son los siguientes:
“Porque a los que antes conoció, también predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de su hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.
“Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”. (“Romanos”, 8, 29 y 30).
“Habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos por Jesucristo y asimismo, según el puro afecto de su voluntad.” (“Efesios”, 1, 5).
“En él digo, en quien asimismo tuvimos suerte, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el consejo de su voluntad, …” (“Efesios”, 1, 11)
Otro texto: “Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria.” (“1 Corintios”, 2, 7).
En este versículo el término predestinación está referido a un concepto concreto: la sabiduría; no a la salvación o perdición de un ser humano.
Los términos predestinación referidos a los hombres que aparece en “Efesios” son tardíos; se duda sean de la autoría de Pablo, el apóstol:
“Bastarían estos motivos para que los especialistas tuvieran razón al preguntarse si las epístolas que aseguran proceder de Pablo han sido realmente compuestas por él. Algún seudo-Pablo puede haber tenido demasiado éxito durante demasiado tiempo. Hay tres piedras de toque que pudieran denunciarlo; su sentido de la historia, su estilo y su doctrina. Los apoya una cuarta, menos concluyente: las opiniones de los primeros críticos cristianos y las fechas en que se tuvo por primera vez conocimiento de la existencia de cada carta. Las dudas recaen sobre Filipenses, Filemón, Colosenses y Efesios, en orden ascendente de magnitud, aunque en mi opinión no puede hacerse ninguna acusación coherente contra las tres primeras, e incluso los detalles de menor finura de estilo de pensamiento de Efesios no son tan evidentemente –no de Pablo– como la mayoría de los especialistas aceptan hoy.” (Robin Lane Fox, “La versión no autorizada, verdad y ficción en la Biblia”, Planeta, Barcelona, 1992, p. 129).
“El estilo superpaulino y los notorios problemas doctrinales de la carta (no es el menor el de la relación entre judíos y cristianos) sugieren que no es obra de Pablo sino de un seguidor.” (Ob. cit., 134).
Lucas 22, 22 alude a una forma de predestinación. El evangelio, en sí, es tardío comparado con Marcos, que fue el primero o con Mateo y Juan, que le siguieron en tiempo; Lucas, al parecer, fue escrito a finales del siglo I, por alguien que estaba imbuido de la cultura griega, de ahí sus discursos y pretensión de ubicar en el tiempo y lugar los hechos que refiere. El autor no conoció a ninguno de quienes fueron testigos de los supuestos “hechos” que refiere; reconoce que lo que escribe es producto de sus investigaciones (cap. 1, 3). Como conocedor de la religión griega, introduce en el pensamiento judío algo que le era ajeno: el concepto de predestinación: “Y á la verdad el hijo del hombre va, según lo que está determinado, empero ¡ay de aquel hombre por el cual es entregado!” Según ese texto, Jesús estaba predestinado a ser sacrificado; implícitamente, también Judas estaba predestinado a traicionarlo y entregarlo.
El concepto predestinación no es propio de la religión judía; pudo haber sido tomado del pensamiento griego; en este son muchos los casos en que los Dioses: Zeus, la Moiras u otros tejen el destino de los hombres; y eso puede ser conocido únicamente por un número reducido de seres, celestiales o humanos.
El concepto de otra vida después de la muerte, del que depende el concepto predestinación, es de aparición tardía en el pensamiento judío; aparece en forma aislada en textos de profetas menores. La referencia a ella en Daniel (12, v. 2) es del siglo II antes de la era actual; se trata de un agregado (Robin Lane Fox, ob. cit., p. 195). Se incorporó cuando los judíos, desterrados en Babilonia, conocieron el avanzado pensamiento griego y persa. Tiene razón Voltaire: “Los persas, los caldeos, los egipcios, y los griegos imaginaron diferentes castigos para después de la vida, Y, de todos los pueblos antiguos que conocemos, los judíos fueron los únicos que no admitieron más que castigos temporales.” (“Diccionario filosófico”, en la obra Voltaire, Gredos, tomo I, p. 252).
Los conceptos vida eterna y predestinación fueron adoptados por Pablo, el apóstol para hacer digerible al mundo greco-latino el rudimentario pensamiento judeocristiano.