Desde los tiempos más remotos, los habitantes de nuestro planeta se han movido de un lugar a otro; las civilizaciones no podrían entenderse sin esa constante búsqueda de los territorios con más posibilidades para la supervivencia. Largos periodos parecían más propicios a la estabilidad, pero nada más engañoso, porque sin los movimientos poblacionales el mundo no sería lo que es y difícilmente habríamos conocido grandes civilizaciones.
El siglo XX fue llamado el siglo de las migraciones porque se pensó que nunca como entonces se habría dado una dinámica semejante a la auspiciada por la primera y segunda guerras mundiales, así como a la creación de nuevos países, a las luchas por la descolonización y a conflictos intestinos con arreglos internos vinculados a las delimitaciones nacionales que se fueron imponiendo.
Desde 2003, con la invasión de Estados Unidos y otros países occidentales a Irak y en un momento álgido de la guerra en Siria, entre 2015 y 2016 millones de migrantes desplazados alcanzaron sumas impensables; llevaron a más de un millón de personas a Alemania y en la actualidad tiene 300 mil solicitudes de asilo. Por su parte Turquía cuenta con tres millones y medio que no muestran disponibilidad para el regreso. A pesar de esas grandes cifras de acogida, solo en 2023 quedaron sepultadas en el mar dos mil 797 personas que buscaban a través de Grecia llegar a Europa, parte de las 28 mil de las víctimas registradas en la última década.
La Union Europea recibió en 2023 aproximadamente 270 mil 180 migrantes procedentes de África, según Organización Internacional para las Migraciones (OIM). La mayoría procede de Libia, como en 2015 ocurrió con los de Siria. Y en los últimos dos años, la Guardia Costera de ese país ha interceptado dos mil 200 veces embarcaciones llevando a bordo a quienes buscan huir de la situación miserable en la que viven, un país desgobernado desde que la OTAN, con el liderazgo de Estados Unidos, erradicó y asesinó a Kadafi, sin pensar en el día después, como lo ha hecho en otras intervenciones injerencistas, abandonando a su suerte a la sociedad, siempre la más afectada.
En otra parte del mundo, donde se concentra ahora el mayor movimiento de personas, solo en el mes de diciembre de 2023 en la frontera norte entre México y Estados Unidos fueron arrestados 240 mil migrantes y apenas en el primer mes del 2024 las autoridades estadunidenses han reportado 124 mil 220 detenciones. En nuestro país, poca atención se dedica al hecho de que más de la mitad de los arrestados y detenidos son mexicanos. Esa nacionalidad se diluye entre los numerosos guatemaltecos, ecuatorianos, hondureños y otros centroamericanos, junto con venezolanos y cubanos que participan en esos movimientos, añadiéndose visiblemente haitianos, a quienes he podido observar en sitios tan distantes como Tijuana y la Ciudad de México. Los adultos deambulan por las calles, donde los niños juegan y otros ya participan en pequeños negocios, ofreciendo comida propia de su cultura o en trabajos informales.
En el estado de Sonora fueron localizados 250 migrantes en varios contenedores en los que viajaban clandestinamente, procedentes de varios países de la región pero aún de Afríca y de Asia. Tantas cifras apuntan a las dos tendencias a las que lleva un proceso que ha involucrado a las personas desde el más remoto pasado. La salida del lugar del nacimiento en búsqueda de un destino diferente que les permita salvarse con los suyos, en ocasiones sin idea del lugar de llegada, eludiendo las devoluciones forzosas desde las fronteras de los países expulsores, para caer el supuesto de que pueden acoger, como en el presente “la uniformización empobrecedora”, como le llama Amin Maalouf.
Pese a todo, a través de esos intercambios se dio la difusión de religiones diferentes que en ocasiones han llevado a la extrema violencia, el aprendizaje de varias lenguas hasta la mundialización expresada en en el inglés como una lengua vehicular, convertida en el auxiliar más frecuente para el trabajo en la actualidad.
A la migración más o menos voluntaria se suma la de quienes son forzados a salir. Ahora, en México, más de 20 mil pertenecientes a los pueblos originarios de 30 municipios de los 124 que existen en Chiapas, han abandonado sus hogares por las persecuciones de las que han sido objeto, donde están las causas religiosas junto a las de los conflictos por la tierra y, más recientemente, por prácticas delictivas cada vez frecuentes, donde incluso se da el robo contra los más pobres. Solamente entre 2021 y 2024 más de 10 mil personas han sido obligadas a salir por las amenazas y la violencia que incluye al crimen organizado, que ha encontrado en ese estado un paso obligado para el trasiego de drogas desde Centroamérica y Sudamérica.
Por tanto, son muchas las causales de la emigración, y el desafío es cómo resolver la polarización entre quienes otorgan una acogida generosa y aquellos más reticentes a aceptar a otro. Por lo que resulta urgente neutralizar el discurso de odio cada vez más frecuente, reciclado desde el gobierno de Donald Trump. Vuelve como si la historia no arrojara ninguna enseñanza como un mal de nuestro tiempo, por eso no deben olvidarse experiencias como la del partido xenófobo de Geert Wilders, que en 2016 propagó en Holanda el miedo a todo los que viniera de fuera, en especial si se trataba de musulmanes.
No tan alejado de la postura de Trump, que durante su gobierno prohibió otorgar visas a los iraníes. Y en una gira reciente, buscando por segunda vez la candidatura de los republicanos, dijo refiriéndose a los migrantes: “Vienen de todas partes: de Sudamérica, de Asia y de África. Atacan a los policías en Times Square y a la buena gente de Carolina del Sur que va de visita a Washington, donde las columnas de mármol de los monumentos están llenas de grafitis”. Y detrás está de nuevo esa engañosa frase de “devolvamos su grandeza a Estados Unidos”, para tratar de convencer con el alegato de que los males de su país involucran a los inmigrantes.
Nuevos tiempos dictarán lo que prevalecerá en la disyuntiva entre aceptar lo que viene, con todas sus aportaciones culturales pese a todo a sucedido, o erigir los altos muros que simulan lo que naturalmente está sucediendo.