Roberto Vélez Grajales (1) y Luis Monroy-Gómez-Franco (2)
En un libro que recién publicamos, discutimos a profundidad cómo es que en el caso mexicano hay múltiples factores fuera del control de las personas que terminan por incidir sobre qué tan lejos pueden llegar en la vida, es decir, sobre su espacio de movilidad social. Dichos factores, también conocidos como circunstancias, hacen que entre las personas las opciones de elección de vida sean distintas, y para muchas de ellas, restringidas. Entre estas circunstancias se encuentran los estereotipos de género, que norman lo que se considera que debe hacer cada persona según su género. Entre ellos, uno de los más comunes es que las mujeres son las encargadas de realizar las tareas de cuidado tanto dentro como fuera del hogar. Considerar que todas las mujeres eligen libremente dedicarse al cuidado denota una falta de comprensión de la realidad, pero más grave resulta utilizar esa supuesta libertad como un determinante justificado de la brecha salarial vigente entre mujeres y hombres.
Existen datos que nos permiten dimensionar la diferencia de libertad de elección entre mujeres y hombres. De acuerdo con la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados 2022 (ENASIC) del INEGI, en México hay casi 60 millones de personas susceptibles de cuidados. En cuanto a la población que los brinda —definidos como cuidadores principales—, asciende a 22.5 millones, de los cuales el 87 por ciento son mujeres. En ese grupo, ellas dedican al cuidado 39 horas semanales, por 31 de los hombres.
Esta distribución de cargas de cuidado también tiene consecuencias desiguales. Entre ellas, el 39 por ciento declara cansancio derivado de la actividad, mientras que en el caso de los hombres este número se ubica en 15 por ciento. Asimismo, el 16 por ciento de ellas se siente deprimida, contrapuesto con el 7 por ciento de los hombres. Además, en cuanto al deterioro en la salud, la cantidad de mujeres que lo reporta, casi 13 por ciento, resulta prácticamente el doble que la de hombres.
Se podría plantear que las mujeres tienen la opción de desafiar la norma social de género que les asigna la responsabilidad de brindar cuidados, y que si no lo hacen es porque así lo prefieren. Sin duda, hay mujeres que pueden encontrarse en una situación que les permite elegir libremente, pero no son la mayoría. En la generalidad, de seguir la ruta fuera de la norma, las mujeres se enfrentan a costos, como pueden ser —en el mejor de los casos— el escarnio social, el ostracismo y —en el peor— la violencia. Reconocer que ese costo existe y que no afecta a todas las personas por igual implica admitir que las decisiones no se toman en un vacío, sino que se realizan en contextos en donde hay opciones fuera del alcance de todos los miembros de la sociedad.
Para que cuestiones como el género no incrementen la desigualdad de oportunidades, hay que cambiar el contexto vigente. Se requiere eliminar los estereotipos de género, así como los costos asociados a desafiarlos. La evidencia proporcionada por la Premio Nobel Claudia Goldin y otras autoras muestra que, por ejemplo, dar mayor control a la mujer sobre su capacidad reproductiva, vía la píldora anticonceptiva o el derecho a decidir, redunda en una mayor inserción laboral. De igual forma, las políticas de licencias de paternidad que involucran a los hombres en las labores de cuidado llevan a una menor brecha salarial y a una menor asimetría en la realización de esas tareas.
Pretender que las elecciones ocurren en libertad dentro de un contexto de marcada desigualdad de oportunidades no refleja otra cosa que la necesidad de construirse un mundo de fantasía para poder dormir por las noches.
(1) Director ejecutivo del CEEY. X: @robertovelezg
(2) Universidad de Massachusetts, Amherst. X: @MGF91