La vela encendida

La vela encendida


Algo que caracteriza a los zapatistas es su profunda conciencia de que vivimos un tiempo del fin en el sentido apocalíptico del término. Desde su aparición la madrugada del 1 de enero de 1994, alertaron que la lógica capitalista –yo la llamaría desarrollista; el marxismo parte de las mismas premisas– se dirigía al desastre. A ella opusieron el cuidado de la tierra, la pobreza campesina, la preservación de la memoria, la unidad en la diversidad, la compasión por los excluidos, la literatura y el humor.

Pese al asombro que suscitaron, sus propuestas no sólo no se entendieron, el poder ha buscado silenciarlos, incluso aniquilarlos por todos los medios posibles: traiciones, desprestigio, cercos militares, mediáticos y criminales. No lo han logrado. Hijos de la poesía que, decía Borges, “es inmortal y pobre”, han encontrado siempre la manera de decirse.

El 21 de diciembre de 2012, fecha que el calendario maya señala como el fin del mundo, afirmaron que habíamos entrado irremediablemente en él. Ese día centenares de bases zapatistas desfilaron en silencio. Sólo un comunicado circuló con la luminosa precisión de la poesía: “Escucharon, es el sonido de su mundo derrumbándose. Es el del nuestro resurgiendo. El día que fue día, era noche. Y noche será el día que será el día”.

Era el anuncio del principio del fin que llegó 11 años después: México y el mundo entraron en una espiral sin retorno: guerras, cambio climático, descrédito de las democracias, hordas de migrantes tratadas peor que perros, ascenso de ideologías extenuadas, poderes tecnológicos que pueden destruirlo todo, masacres de niños, territorios y enclaves políticos tomados por el crimen organizado, disputas por el control y la administración del infierno, epidemias, y un grave estado de descomposición moral.

Inicios de la rebelión, Foto: Benjamín Flores/PROCESOFOTO.

Cuando un gobernador, absolutamente vinculado con los poderes del narcotráfico, Ricardo Gallardo, puede decir públicamente y sin consecuencia alguna que un buen amigo es aquel que cuando asesinas a alguien te ayuda a enterrar el cadáver, es señal de que llegamos a grados de abyección inauditos.

La reciente reaparición de los zapatistas en vísperas de su trigésimo aniversario es, a la vez, la confirmación del desastre anunciado treinta años atrás, y la afirmación de que la única manera de que el mundo no se desmorone por completo es preservándolo, custodiando sus sentidos, resguardándolos en las periferias. En el fondo fue siempre su designio. Desde que aparecieron, nunca pretendieron cambiarlo; tampoco rehacerlo, sino conservarlo. Por ello, ahora que el desastre se desató sin remedio, esa preservación se volvió más perentoria.

No sé dónde vayan a parar los comunicados que comenzaron a circular el 22 de octubre de este año con el poema de Rubén Darío “Los motivos del lobo”. La poesía es siempre sorprendente e inesperada. Pero, de todos los que hasta el momento han aparecido, me quedo con la imagen de la niña que durante una larga sesión donde se discutía sobre quiénes eran los pastores y el lobo, de los que habla el poema, en el desastre que vivimos, interrumpe diciendo que lo importante en todo eso eran las crías de ambos.

Esa niña, que quizá se llama Deni, tendrá cuando crezca sus crías, dice otro de los comunicados. De esas crías nacerán otras y así sucesivamente, hasta una nueva Deni que llegará al mundo dentro de 120 años. Para que esa niña pueda ser y vivir libremente dentro de tanto tiempo, los zapatistas tienen el deber de preservar el mundo encerrándose en sus Caracoles.

“Yo –dice el ahora capitán Marcos– puedo soñar con ese momento en que una niña nace sin miedo, que es libre y que se hace responsable de lo que hace y de lo que no hace. Puedo también imaginarlo […] Ellos y ellas [en cambio] la ven, la miran. Y saben lo que tienen que hacer para que esa niña camine, juegue y crezca […] dentro de 120 años. Como cuando miran la montaña. Hay en su mirada como si miraran más allá en el tiempo y en el espacio. Miran la tortilla, los tamales y el pozol en la mesa. Saben que no es para ellos, sino para una niña que ni siquiera está en la intención de quienes serán sus padres, porque no han nacido”, pero que, de alguna forma está allí, porque allí está la tortilla, el tamal, el pozol y el territorio que defienden.

Voz del EZLN. Subcomandante Marcos. Foto: Antonio Turok/IMAGENLATINA/Archivo PROCESOFOTO

Como en todo tiempo apocalíptico, pienso en la caída del imperio romano o en la de Tenochtitlán, quienes preservan el mundo habitan las márgenes. Son ellos, como lo mostraron los Padres y las Madres del Desierto, asentados en los páramos de Siria y Egipto, o los pueblos indígenas refugiados en las profundidades de las selvas y las montañas, quienes un día, cuando todo haya colapsado, sostendrán el mundo para que nuestras crías puedan seguirlo habitando.

En la larga liturgia de la misa de la resurrección, la misa de la luz, hay un momento que condensa todo. En medio de la oscuridad de la noche se enciende un cirio. Su luz no ilumina la tiniebla, pero destruye su condición de absoluto. En esa vela pobre, pequeña, tan inestable que un soplo de viento pude apagar, el sentido pervive y ha pervivido a pesar del naufragio de los siglos.

La presencia de los zapatistas, el mensaje que ahora nos lanzan en vísperas de su trigésimo aniversario y de esta oscuridad que se anuncia será más densa, es de esa índole. En ellos veo el único punto de luz en la oscuridad y el naufragio del mundo. Una especie de Arca que lleva la vida consigo.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a México.





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