La restauración del dedazo (versión 4T): Rogelio Muñiz

La restauración del dedazo (versión 4T): Rogelio Muñiz


“El presidente nunca ha dicho que Sheinbaum
sea la figura preferida para sucederlo, sin
embargo, es una percepción generalizada“

El presidente López Obrador intentó restaurar el presidencialismo mexicano. Afortunadamente para el país fracasó en muchos aspectos. Pero desafortunadamente para el funcionamiento del sistema político mexicano y de la democracia hay un mecanismo político que sí ha logrado recuperar: el relativo a la designación del candidato presidencial del partido en el poder, conocido como dedazo.

La Real Academia Española ha incorporado al Diccionario de la Lengua Española, como una de las dos acepciones de la palabra “dedazo” la siguiente: “Designación de un candidato a un puesto público, de parte del poder ejecutivo, sin las formalidades de rigor” (significado utilizado en Honduras y México).

Han concluido las precampañas; las que establece la ley, porque los procesos de simulación de todos los partidos (salvo Movimiento Ciudadano) para definir las candidaturas terminaron hace meses. Los partidos han formalizado la designación de sus candidatas y candidato. Por la coalición “Sigamos Haciendo Historia” -formada por Morena, el PT y el PVEM- la candidata es Claudia Sheinbaum Pardo. Se ha consumado la restauración del dedazo en su versión 4T.

Existe un amplio consenso entre los periodistas, columnistas, articulistas y analistas sobre el hecho de que la elegida por Morena como candidata presidencial por el método de encuestas era la favorita del presidente de la república de entre las “corcholatas” que el propio López Obrador decidió que podrían participar en el proceso de definición de la candidatura del partido oficial. El apelativo de “corcholatas” lo inventó López Obrador para referirse a las y los aspirantes presidenciales de Morena definidos por él. Con esta nueva denominación, el presidente declaró suprimida la figura del “tapado” en el dedazo versión 4T.

En la versión priista de la designación por dedazo del candidato presidencial del partido en el gobierno se decía que el presidente de la república “nombraba” a su sucesor, porque bajo el sistema de partido hegemónico no había duda de que el elegido como candidato del partido gobernante sería el próximo presidente. En democracia, la existencia de un sistema de partidos competitivo hace que el candidato del partido gobernante -la candidata, en este caso- no tenga asegurado el triunfo.

Pascal Beltrán del Río y José Elías Romero Apis señalan en su extraordinario libro, “Poder y deseo: La sucesión presidencial en México” (2023, México, Editorial Porrúa), lo siguiente: “En las 15 candidaturas presidenciales decididas por el PRI bajo este método, solo en tres ocasiones han triunfado los deseos personales del Gran-Elector. En los otros 12 fue una elección obligada o circunstancial”.
La última ocasión en la que el dedazo funcionó fue en el proceso sucesorio de 1993-94; aunque debido al asesinato de su delfín -Luis Donaldo Colosio- el presidente Carlos Salinas tuvo que optar por un candidato que no era uno de sus favoritos. Sin embargo, todos los presidentes posteriores, de Zedillo a Peña, pretendieron recurrir al dedazo para designar al candidato de su partido, pero no lo lograron. Al menos no para ungir a su favorito.

Ernesto Zedillo no pudo imponer a Guillermo Ortiz o a Esteban Moctezuma, ni Vicente Fox a Santiago Creel, ni Felipe Calderón a Ernesto Cordero, ni Enrique Peña a Luis Videgaray o a Miguel Ángel Osorio. En los dos sexenios panistas los presidentes en turno no decidieron siquiera quién sería el candidato -aunque no fuera a quien en principio apoyaban- porque los grupos que controlaban al partido se impusieron en el proceso interno del PAN.

Por primera ocasión en la sucesión de un presidente priista, la de 1999-2000, la candidatura se resolvió mediante un proceso partidista de selección de candidatos. No hubo tapado, en el proceso interno del PRI participaron Francisco Labastida, Roberto Madrazo y Manuel Bartlett. Labastida resultó ganador, pero perdió la elección presidencial.

En los intentos de restauración del dedazo se fue diluyendo la figura del tapado. La Real Academia Española reconoce entre las diversas acepciones de “tapado” las siguientes: “En política mexicana especialmente, candidato de un partido a la presidencia, cuyo nombre se mantiene en secreto hasta el momento propicio” y “Persona que secretamente tiene la confianza y el apoyo de otra u otras para ser promovida a un cargo u obtener una distinción”. Con la desaparición del dedazo como mecanismo eficaz para designar al sucesor, desde Zedillo hasta Peña la figura del tapado prácticamente desapareció porque ya no era útil.

López Obrador restauró el dedazo, aunque con una versión adaptada a las condiciones actuales y a sus necesidades. Su añoranza por el presidencialismo mexicano no se concretó en una restauración del sistema presidencial de los años 70 y 80 del siglo pasado, pero sí pudo volver a poner en uso algunas de las “facultades metaconstitucionales” del presidente, a las que se refiere Jorge Carpizo en su célebre libro ”El presidencialismo mexicano” (séptima edición, 1987, México, Siglo XXI editores), y que López Obrador ha restaurado: ostentar la “jefatura real” de su partido y “designar a su sucesor”.

La restauración del dedazo en su versión 4T le permitió al presidente López Obrador conducir el proceso para designar a la candidata de Morena sin mayores sobresaltos. En el marco de un proceso interno del partido en el que hubo competencia -aunque a decir de dos de los contendientes (Ebrard y Monreal) no hubo equidad- López Obrador logró que la aspirante más afín a él y a su proyecto político fuera la candidata.

El proceso de sucesión lo condujo López Obrador, a través de la dirigencia nacional de Morena. El presidente de la república no solo definió quiénes serían los participantes y cuáles serían las reglas -salvo por las que tuvieron que modificarse por la presión de Ebrard, pero que no fueron decisivas a la hora de definir a la ganadora- sino que logró que su favorita resultara triunfadora en las encuestas del partido.

Esa precampaña adelantada en la que se definió la candidatura fue una farsa -a la que se le pretendió dar la apariencia de un proceso democrático- y una simulación que estuvo más cerca de un fraude a la ley que de un proceso legalmente establecido, pero permitió al partido legitimar la decisión de quien es el jefe real del partido: el presidente de la república. Precisamente por eso se puede afirmar que López obrador logró sus propósitos en el proceso sucesorio: restaurar el dedazo en su versión 4T y que su favorita obtuviera la candidatura.

De ninguna manera señalo que los ejercicios demoscópicos en los que se basó la decisión hayan sido simulados ni mucho menos alterados. Basta comparar los resultados de las encuestas con las que se formalizó la decisión de Morena con los de la gran mayoría de las que fueron elaboradas y publicadas en forma independiente durante los meses previos a la decisión, para constatar que las preferencias electorales en favor de Sheinbaum, que dio a conocer el partido, son consistentes con la opinión efectiva de la ciudadanía.

El restaurado dedazo, en su versión 4T, resultó ser exitoso como las versiones del siglo XX no solo porque permitió construir la candidatura de la favorita del presidente de la república -sin contratiempos ni sobresaltos- sino porque pudo llevar a la elegida a la candidatura sin mayor desgaste y logró legitimar su decisión y evitar rupturas en el grupo gobernante y en el partido.

En la sucesión por dedazo de 2023-24 no se produjo una crisis y una ruptura en el partido, como en el proceso sucesorio de 1987-88 con la salida de la corriente democrática del PRI -encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez, Porfirio Muñoz Ledo y muchos otros priistas; lo que dio paso a la candidatura presidencial de Cárdenas en 1988, a un conflicto postelectoral ese año y a la formación del PRD en 1989.

Ahora tampoco hubo un conflicto al interior del grupo en el poder y la salida del gobierno y del partido de uno de los principales aspirantes; como sucedió en la sucesión de 1993-94 con las renuncias de Manuel Camacho, Marcelo Ebrard, y algunos más, de sus cargos en el gobierno y su posterior renuncia al PRI. Lo que derivó en la fundación del efímero Partido de Centro Democrático para las elecciones de 2000, con Camacho como candidato presidencial.

En esta ocasión ni siquiera se produjo una fuerte tensión al interior del grupo en el poder, como la que sucedió en la sucesión de 1981-82, que generó complicaciones, aunque breves y transitorias, en el proceso sucesorio. Los hechos han sido reconocidos y contados, en diversas versiones, por algunos de sus protagonistas. Conviene recordar algunos de sus detalles en voz de sus actores principales.

En el proceso sucesorio de 1981-82 la decisión del presidente José López Portillo de que Miguel de la Madrid fuera su sucesor generó una fuerte tensión al interior del grupo gobernante. En sus memorias, escritas en colaboración con la historiadora Alejandra Lajous (Cambio de Rumbo, 2004, México, Fondo de Cultura Económica), el expresidente De la Madrid cuenta que López Portillo tuvo a Javier García Paniagua “como una opción hasta el último momento” y que “por ello su reacción, al conocerse la decisión, fue violenta”. Que Miguel de la Madrid y Javier García Paniagua fueron los dos finalistas fue confirmado por el expresidente López Portillo en entrevista para el libro de Jorge G. Castañeda, “La Herencia” (1999, México, Alfaguara).

De la Madrid cuenta en sus memorias que el nivel de tensión por la sucesión de 1982 llegó al grado de que: “En privado, con amigos. (García Paniagua) despotricó, pateó escritorios, mordió el tapete, dio todo género de muestras físicas de su enojo”. Según el expresidente De la Madrid, García Paniagua “dijo, incluso a gente cercana a José Ramón (el hijo del expresidente López Portillo), que las cosas no iban a salir bien, que López Portillo lo había traicionado y que nos iba a mandar matar, tanto al Presidente como a mí”; situación que el propio candidato De la Madrid le reclamó a García Paniagua en los siguientes términos: “Pues mira, sí hay motivos para que te haya perdido la confianza. Dicen que nos vas a mandar matar. Corrígete, cambia de actitud, haz declaraciones fuertes”. Según De la Madrid, García Paniagua “no atendió su recomendación”.

El expresidente López Portillo señala que García Paniagua no le reclamó a él y que él “no sintió en ningún momento hostilidad”, que “esa hostilidad la sintió el candidato De la Madrid” y que él nunca se enteró de las supuestas amenazas (Jorge G. Castañeda,1999). El periodista Julio Scherer García señala en su libro “Los Presidentes” (1986, México, Grijalbo) que García Paniagua le comentó a propósito del proceso sucesorio -antes de que se tomara la decisión- lo siguiente: “Conozco las reglas y heredo la disciplina del general (evidentemente refiriéndose a su padre, el general y exsecretario de la Defensa Nacional, Marcelino García Barragán): ‘Dispone el que dispone y si no te gusta te vas a otra trinchera’. Finalmente, todo quedó en la salida de García Paniagua de la presidencia del PRI y, como “castigo”, el ostracismo durante el sexenio siguiente.

En la etapa final del régimen priista se presentaron rupturas, crisis o tensiones significativas por la decisión del presidente de la república en turno sobre quién sería el candidato presidencial. En el restaurado dedazo versión 4T, la inconformidad de Marcelo Ebrard estuvo más cerca de un berrinche que de generar una crisis o una ruptura en el partido, un conflicto y la salida de uno de los aspirantes del grupo en el poder o, al menos, una fuerte tensión al interior de este, como sí las hubo en las tres últimas sucesiones que se resolvieron por la vía del dedazo (1981-82, 1987-88 y 1993-94). La restauración del dedazo versión 4T se consumó y, como en los “mejores tiempos” del ejercicio de esa “facultad metaconstitucional” del presidente de la república, resultó exitosa para los fines e intereses de López Obrador y de su candidata.

* Jorge Zepeda Patterson es un economista y sociólogo mexicano. Analista político en
diversos medios de comunicación y autor de más de media docena de libros. La cita está
tomada de su libro “La sucesión 2024. Después de AMLO, ¿quién?” (2023, México, Editorial Planeta)



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