En 1976 Esther Mora era apenas una muchacha de 18 años, pero ya la estaba rompiendo en el futbol italiano. Fue la primera mexicana que emigró a Europa como una profesional. En aquel país conquistó tres campeonatos de goleo, alzó dos títulos de liga y fue elegida como la mejor jugadora extranjera.
Nacida el 25 de mayo de 1958 en la colonia Churubusco Country Club, en la Ciudad de México, Esther Mora fue la séptima de nueve hermanos del matrimonio entre Eloísa Soto y Francisco Mora. Nadie le heredó su pasión por el futbol, fue amor a primera vista. En su familia a nadie le gustaba ese deporte, pero a su padrino, Javier Castellanos, se le iba la vida entre goles y patadas.
Por puro gusto Castellanos destinaba parte de su salario para patrocinar equipos varoniles del barrio y en una de sus tantas idas a un partido de sus otros apadrinados lo acompañó su ahijadita Esther de entonces seis años. El flechazo fue instantáneo. Era 1964 y ella era la única niña a la que se le veía jugando en un remolino de escuincles que corrían con y tras el balón sobre la avenida Taxqueña. Esther convirtió las calles de su colonia en su primer estadio.
“Esa chiquilla flaca y de cabello corto se convirtió en la líder de un grupo de 20 chamacos. No sólo jugábamos futbol, teníamos nuestras temporadas de beisbol, basquetbol, incluso organizábamos nuestras miniolimpiadas. Fue una infancia hermosa. Y aunque me llevaba bien con casi todos no faltaba quién dijera que por qué jugaba futbol si yo era una niña. Nunca les hice caso”, cuenta la exfutbolista ahora a sus 65 años.
Pese a las críticas, sus padres le rogaron no desistir. Jamás le prohibieron practicar algún deporte de los que en esa época todavía se decía que sólo eran para niños. “Crecí en una familia donde el machismo no existió. Siempre se nos inculcó que hombres y mujeres teníamos los mismos derechos y obligaciones. Por ejemplo, todos ayudábamos con las labores domésticas. Eso fue parte fundamental para que me pudiera desarrollarme profesionalmente”.
Rómpanle una pierna
Esther no sólo demostró su gusto por el futbol sino que dejó claro que estaba llena de cualidades. De perfil zurdo, conducía el balón pegado al pie, era muy ágil y rápida. A su padrino le brillaban los ojos cuando la veía avanzar con la pelota. A falta de una liga femenil, Javier Castellanos no tardó en registrarla en el equipo varonil al que patrocinaba, el Volga. En ese equipo su ahijada jugó durante seis años.
La niña a la que su cabello de tan corto apenas le cubría las orejas se apropió del ataque del Volga, su talento le daba para ser centro delantera, extremo por izquierda o como media punta. Una futbolista polifuncional que anotaba goles en cascada, un presagio de lo que le esperaba en Italia. Porque si un mérito tenía Esther Mora era el de saber sortear a las defensas y también a la discriminación.
“Había niños que me decían que una niña no los iba a driblar o a anotarles goles, hacían entradas con malicia para lastimarme. Incluso en una final de torneo recuerdo que un papá gritaba que me rompieran la pierna. La habilidad te hace sobrevivir. Desde pequeña fui muy hábil para quitarme los golpes, la misma calle te hace así”.
Esther Mora recién había cumplido 12 años cuando llamó la atención en la Selección Mexicana que se estaba formando para acudir a la primera Copa del Mundo Femenil de Italia 1970. Efraín Pérez era el director técnico de ese conjunto nacional y decidió dejarla fuera de la lista definitiva con el argumento de que era muy joven. El promedio de edad de las seleccionadas era de 15 y 17 años. A Esther la consideraba una niña.
No acudir al Mundial de Italia —en el cual México obtuvo el tercer lugar— no mermó el ánimo de la adolescente en ciernes, por el contrario avivó sus ganas de continuar creciendo como futbolista. En 1971 por primera vez participó en un torneo femenil.
Fragmento del reportaje publicado en la edición 0009 de la revista Proceso, correspondiente a marzo de 2024, cuyo ejemplar digital puede adquirirse en este enlace.