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Cuántos años llevamos viendo, escuchando y leyendo a Denise Dresser, a Héctor Aguilar Camín, a Enrique Krauze, Leo Zuckerman, Lorenzo Meyer, Macario Schettino, Pablo Hiriart, Jorge G. Castañeda, Leonardo Curzio, Enrique Galván Ochoa, Julio Hernández López, Álvaro Delgado, Alejandro Páez Varela y tantos y tantos más.
Más de uno crecimos con esos nombres, consumiendo sus opiniones, muchas veces haciéndolas propias, con una voz interna que decía ‘tiene razón’, y admirándonos por el valor que tuvieron al decir lo que nadie se atrevía, encumbrándolos en el selecto grupo de la intelectualidad mexicana.
Pero como dice el dicho: “todo por servir se acaba” y en pleno 2024, donde nuestro país ha resistido giros de 180° y el mapa ha cambiado de colores como arcoíris, pasando de rojo a verde, azul, amarillo y guinda, aún así, seguimos viendo, escuchando y leyendo las mismas opiniones que en el fondo creen tener la única verdad o la ‘verdad verdadera’.
Hace unos días, México vivió una experiencia que muestra con claridad lo impredecible que es la historia. Aún hay muchos incrédulos, sorprendidos y quienes siguen en la negación. Lo cierto es que gran parte de esa sensación se debe a esos opinadores que aún siguen viviendo en las burbujas del rechazo y del otro lado del regocijo.
Hay quien sostiene que el país no está polarizado y muestra de ello son los 36 millones de votos que consiguió quien será la próxima presidenta. Hay otros que sostienen que otros 20 millones no votaron por esa ‘continuidad’ y suman a otros 30 millones que siguen desinteresados.
Pero más allá de la idea maniquea de los buenos y los malos, la resaca postelectoral sigue encasillada en las mismas opiniones, con los mismos rostros y los mismos nombres.
Cuando escuchamos a Denise Dresser, señalando que sentía coraje con la sociedad por ponerse nuevamente las cadenas que ella y otros lucharon para quitárselas o vemos a Aguilar Camín, argumentando que los ciudadanos son de “muy baja intensidad”, porque son “engañables” y “comprables” porque reciben “su dinerito”; es cuando uno se da cuenta que esas voces cayeron a un precipicio del que ya no podrán salir.
Es claro que esa no es una opinión pensada y fundamentada con cifras o datos duros comparables, sino que ya es una forma de pensar y de vivir dentro de la burbuja de los intereses, el dinero fácil que te da escribir 10 libros, que no son más que recopilaciones de tus cientos de columnas o revistas de años atrás y que solo compraba tu muy selecto grupo de amigos ‘intelectuales’.
Esos opinadores acomodaticios, un día (por no decir décadas) escribieron de los rojos, amarillos y azules, pero se beneficiaban de ellos con millonarios contratos para sus revistas, periódicos y programas de radio y televisión.
Ver, escuchar y leer a voces como Viridiana Ríos, Nayeli Roldán, Vanessa Romero, Luisa Cantú, Jimena Tolama, Alejandro Domínguez, Salvador Camarena, Carlos Bravo, Javier Garza, entre otros, será un gran respiro y hoy responsabilidad de los medios de comunicación y los dueños que los controlan, a fin de visualizar esas opiniones, dándoles foro en estos tiempos tan necesarios y ante el ensimismamiento de tantos y tantos años de aquellos que siguen viendo razones para la duda, el fraude, la queja y la sospecha, solo porque ellos no lo querían o preveían.
Esos autonombrados intelectuales, opinan con asombro y confusión porque de conferencia en conferencia, llenaron la cabeza de muchos sobre un voto oculto que nunca apareció, e incluso opinan con enojo por aquellos que se dejaron comprar, que además son manipulables, incultos y comprables. Ellos no tienen de qué preocuparse, siempre habrá espacio en Atypical Tv.
Nunca entendieron que México son muchos méxicos, es un país que no conocen y donde nunca interactuaron porque los hoteles donde los llevaron a dar conferencias, siempre tenían vista al mar o a las zonas urbanas y ‘bonitas’.
Es probable (y esperable) que esas opiniones dignas del old school, se vayan desvaneciendo en una sociedad que cada día exige más y mejores argumentos.
En muchos medios de comunicación seguimos viendo, escuchando y leyendo (de esas voces) que en México se acabó la democracia, la libertad de expresión y muchos derechos y libertades. Lo curioso es que hoy todos tenemos la oportunidad de escribir u opinar (en un medio o en una red social) en un país donde más de 60 millones de personas salieron a votar (de cualquiera de las opciones) por quienes se sentían mayormente representados e identificados.
Esperemos ir diciendo adiós a esas voces acostumbradas a alertar de riesgos políticos, económicos y sociales sin mayor prueba que la especulación.
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