El Congreso de Estados Unidos ha reaccionado ante los cada vez más obvios efectos de la Inteligencia Artificial que se aproximan.
El primer foro de una nueva serie denominada ‘AI Insight Forums’, llevado a cabo a puerta cerrada recientemente, constituye el inicio formal de una carrera legislativa tan necesaria como urgente.
Lo ocurrido en este foro admite dos lecturas: una positiva, otra negativa.
Lo primero que puede decirse a favor de la lectura positiva es que existe consenso en torno a la idea de que implementar regulación especial es indispensable para contener una serie de amenazas que, tal como los mismos promotores de esta tecnología han admitido, pueden alcanzar niveles existenciales.
La lectura positiva también encuentra respaldo en la generosa asistencia de legisladoras y de legisladores a este foro. Y es que su participación podría interpretarse como un indicador de que –finalmente– han entendido el alcance de la IA y los impactos que ésta puede tener para la humanidad.
Vale la pena ponerlo con todas sus letras. El hecho de que la relevancia de la IA sea reconocida por el Congreso estadounidense es una buena noticia; una acción pertinente que contrasta con la miserable reacción que esta institución tuvo, y sigue teniendo, hacia otras tecnologías que han cambiado la cara de la sociedad global, como las redes sociales.
Pero lo ocurrido en el primer AI Insight Forum también puede ser leído de forma negativa.
Y es que bien podría alegarse que la generosa asistencia de Senadoras y de Senadores se debe al poder económico y mediático de las personas que fueron invitadas a comparecer; una lista que incluye a Elon Musk y a otros poderosos dirigentes de empresas tecnológicas . La cantidad de interesadas y de interesados no reflejaría entonces entendimiento o preocupación, sino ansias de estar en contacto con las personalidades invitadas.
En el mismo sentido, también puede subrayarse el hecho de que entre las invitadas y los invitados se incluyó, casi exclusivamente, a CEOs o grandes capitalistas desarrolladores de IA. De lado quedaron casi todas las activistas o personas que ofrecen perspectivas sin conflicto de interés o más críticas.
Este asunto no es menor. En una entrevista con la revista MIT Technology Review, Inioluwa Deborah Raji, una de las pocas activistas invitadas, reveló que la mayoría de las legisladoras y de los legisladores presentes en el foro, las mismas personas que tendrán en sus manos la crucial responsabilidad de regular la IA, no fueron capaces de formular preguntas críticas y salieron repitiendo los mantras recitados por los grandes ejecutivos de las mismas empresas a las que regularán.
Desde luego, bien podría alegarse que aun si la lectura negativa está bien fundada, esta peca de no reconocer que este evento no estuvo del todo mal si lo tomamos como un primer paso; que lo importante era poner el tema en la mesa y atraer la atención de las personas relevantes, y que ya habrá tiempo después para incorporar voces de la sociedad civil críticas.
Me parece que este argumento, planteado por la propia Inioluwa Deborah Raji es atractivo, pero también considero que implica dos errores importantes.
El primer error es que asume que el Congreso estadounidense estará en la disposición de cambiar un formato que, a sus propios ojos, fue inicialmente exitoso y no se enfrentó a resistencias importantes. No veo cómo esta disposición puede surgir espontáneamente, cuando las legisladoras y los legisladores relevantes caminan fascinados de la mano de Musk y compañía.
El segundo error es que no reconoce plenamente que estamos ante un asunto que tiene que ser abordado de la mejor forma posible con urgencia. Un ejemplo reciente ayuda a ilustrar lo que tenemos entre manos.
Apenas esta semana se anunció que ya es una realidad la convergencia entre los sistemas de inteligencia artificial generativa que conocemos (como ChatGPT o Bard), los asistentes guiados por voz (como Alexa) y las cámaras de nuestros dispositivos electrónicos. El resultado de esta convergencia es que cientos de miles de personas entrarán en contacto con sistemas de IA capaces de escucharles, de “mirar” sus vidas y de hablarles.
Vale la pena aclarar que lo anterior no significa que estos sistemas tengan la capacidad de ser conscientes o autoconscientes. Lo que sí implica es que estaremos ante IAs omnipresentes que estarán recibiendo cantidades masivas de “inputs”; información de vidas privadas en forma de audio e imágenes registrados directamente–y no sólo de los que están disponibles en internet–.
A su vez, tal como dicta su naturaleza, estos grandes modelos de lenguaje serán entrenados y se adaptarán con base en los inputs que reciban. Esto significa que cada “asistente” se adaptará a su usuario y será capaz de producir “outputs” en forma de audio que apelen al individuo que les emplee. Es fácil ver que esto agravará el complejo reto que, para parte de la población, representará distinguir la inteligencia de la IA generativa de la inteligencia humana.
Para efectos de este análisis, lo importante es que la irrupción de sistemas con estas características potenciará los riesgos de los chatbots que han sido analizados antes en este mismo espacio. Y que si no estábamos listos para lidiar con simples cajas de texto, mucho menos lo estamos para dimensionar las implicaciones de IAs que permanentemente nos escuchan, ven y hablan.
Es momento de hacer un corte de caja. Entre la lectura positiva y la negativa del primer AI Insight Forum es la segunda la que se impone. También es cierto que buscar matizar esta lectura, ya sea alegando que estamos ante un primer paso o pidiendo paciencia, implica perder de vista que, cuando se trata de atajar riesgos inminentes, la dirección y la velocidad de la reacción de las personas encargadas de regular la IA serán determinantes.
Los ‘AI Insight Forums’ han inaugurado la carrera para atajar un reto mayúsculo, si no es que existencial, que inevitablemente enfrentaremos los seres humanos. Por desgracia, si lo ocurrido esta semana es indicativo, tenemos que concluir que esta carrera ha iniciado con un paso en falso.
*Profesor Asociado de Filosofía en la Universidad de Nottingham. Doctor en Filosofía por la Universidad de Edimburgo.