En junio de 2019, una semana después de asumir como el presidente más joven en la historia moderna de El Salvador y acabar con tres décadas de bipartidismo, Nayib Bukele escribió en su cuenta de Twitter: “oficialmente soy el presidente más cool del mundo”.
La publicación siguió a una ola de felicitaciones por el despido a través de la red social -ahora conocida como X- de unos 400 funcionarios, algunos acusados de nepotismo o vínculos con su predecesor, el izquierdista Salvador Sánchez Cerén.
Cansados de décadas de corrupción e inoperancia de los partidos tradicionales ante el avance de la violencia y el estancamiento de la economía, los salvadoreños vieron en el expublicista entonces de 37 años a alguien que, por fin, estaba dispuesto a cambiar las cosas.
Pero algo empezó a cambiar en febrero de 2020. A principios de ese mes Bukele ocupó con militares y policías fuertemente armados la sede del Congreso para presionar a los diputados a que le aprobaran un préstamo de 109 millones de dólares para combatir la inseguridad, mostrando que estaba dispuesto a sobrepasar todos los límites para imponer sus políticas.
“Ahora creo que está muy claro quién tiene el control de la situación”, dijo Bukele tras sentarse en la silla del presidente del legislativo. Afuera, una multitud lo esperaba con vítores y ondeando banderas del país.
La comunidad internacional criticó la acometida y la prestigiosa revista británica The Economist sostuvo que el salvadoreño “puede estar en camino de convertirse en el primer dictador millennial de América Latina”.
Fue la primera señal de un coqueteo con el autoritarismo que, según críticos, podría intensificarse durante el próximo mandato de cinco años que lograría Bukele en las elecciones presidenciales del domingo.
A la ocupación del Congreso le siguió el apoyo a la destitución de magistrados y el fiscal general por parte de la nueva Asamblea, donde tiene amplia mayoría, la imposición del bitcóin como moneda de curso legal y restricciones civiles durante el estado de emergencia para combatir a las pandillas.
Esa última medida le granjeó un apoyo sin precedentes que roza el 90% y ha logrado que, a pesar de que la Constitución prohíbe la reelección presidencial, Bukele se postulara sin oposición aparente. Incluso, el rotundo éxito de su “guerra” contra las pandillas está encontrando eco en otras latitudes luego de transformar a El Salvador de “el país más peligroso del mundo” a uno de los más seguros de América.
“De su éxito y de la resistencia a tal proyecto dependerá la capacidad de difusión de su modelo, un modelo tan peligroso como atractivo para millones“, opinó el analista político mexicano Carlos Pérez. “Un modelo basado en el encarcelamiento masivo simplemente no es sostenible”, agregó.
Cuando Bukele trabajaba en la agencia de publicidad de su papá, un ingeniero químico de origen palestino, tuvo a su cargo la cuenta de la otrora guerrilla Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), entonces en el poder.
Allí nació su simpatía por el partido izquierdista con el que en 2012 ganó la alcaldía de Nuevo Cuscatlán, un olvidado poblado cafetalero cerca de San Salvador que gobernó hasta 2015.
Al verse marginado del foco mediático y sin recursos, echó mano de las redes sociales para dar a conocer sus obras, como reducir drásticamente los homicidios y donar su salario para el financiamiento de becas universitarias. Su buena gestión lo catapultó a gobernar la capital hasta 2018.
En San Salvador, muy pronto ganó protagonismo por sus obras sociales y culturales como la revitalización del centro histórico y la construcción de una biblioteca municipal.
En octubre de 2017 fue expulsado del FMLN, supuestamente por causar división y violar los estatutos del partido, acusaciones que él niega.
En 2019, al no poder consolidar su propio partido Nuevas Ideas, Bukele se unió al derechista Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), con el que finalmente ganó la presidencia del país.
Durante su campaña prometió acabar con la corrupción pero él mismo fue investigado por la Fiscalía por supuesto lavado de dinero y evasión fiscal durante sus períodos como alcalde.
“Es pura imagen, pura foto”, opinó Bertha Deleón, quien fue abogada de Bukele pero en 2021 rompió con el mandatario luego de acusar una persecución por criticarlo públicamente que la llevó a refugiarse en México.
“Por eso no perdona ninguna crítica en las redes sociales, es un terreno intocable y sagrado para él”, agregó.
Sus críticos también lo acusan de nepotismo. Sus hermanos, primos y otros familiares han copado cargos públicos y lo asesoran tras bambalinas. Pero en El Salvador, incluso los más críticos ante el pobre desempeño de la economía local, votarán por él el domingo.
“Nayib hace una excelente gestión, nunca habíamos tenido a alguien que se preocupara por el bienestar de las personas”, dijo Eduardo Samayoa, un taxista de 36 años en San Salvador.
De cabello engominado, espesa barba y fanático de los suéteres y jeans por sobre los trajes, Bukele es el mayor de los cuatro hijos que tuvieron Olga Ortez y Armando Bukele, un musulmán originario de Palestina, que impulsó la construcción de algunas de las primeras mezquitas en América Latina. Está casado con la bailarina Gabriela Rodríguez y tienen dos hijas.