AMLO: ‘Mi Presidenta’ | Artículo de Héctor Tajonar

AMLO: ‘Mi Presidenta’ | Artículo de Héctor Tajonar


Como lo ha hecho desde 2018, López Obrador ejercerá su autoritarismo presidencial hasta el último minuto del 30 de septiembre; cumplirá a cabalidad aquello de “lo mejor es lo peor que se va a poner”.

Por lo pronto, ya aseguró la aprobación de la reforma al Poder Judicial porque “la justicia está por encima de los mercados”; versión eufemística de su verdadera convicción: la venganza prevalece sobre la estabilidad financiera y el interés nacional.

Avalado por un arrollador triunfo electoral —manchado por la violación presidencial de la Constitución y las leyes electorales que canceló la equidad de la contienda—, seguirá imponiendo la sinrazón despótica. ¿Hasta cuándo?

Por enésima vez reiteró que se irá a su rancho para jubilarse de la política. “Y solo que fuese yo un ambicioso vulgar, politiquero, estaría yo pensando en ser jefe máximo, líder moral, mesías, mucho menos cacique” Aseguró que no participará en ninguna actividad pública ni recibirá a nadie, menos a políticos. Con una salvedad.

Sólo atendería yo un llamado de mi presidenta; también haciendo uso de mi derecho a disentir, toda la vida.

En voz del demagogo, el adjetivo posesivo revela un sentido de pertenencia y dominio, expresado también en el tosco abrazo y beso que le dio a Claudia Sheinbaum al recibirla en la puerta de Palacio Nacional.

Él es el dueño de todo el poder (todavía). Por ello considera a su sucesora como su presidenta; producto de su elección, de su campaña, de su proyecto de gobierno, de su cuarta transformación, de su victoria electoral expresada en las urnas por su pueblo. En su megalomanía, ello le da el derecho y la posibilidad de imponer la prolongación de su mandato; así sea a través de su creatura.

La sombra del caudillo macuspano y su anhelo de establecer un maximato aun no se disipa. Es el jefe vitalicio de Morena y logró incluir la revocación de mandato en la Constitución. Sabemos que la intimidación ha sido un factor clave para imponer su voluntad a rajatabla. ¿Mantendrá ese poder después de abandonar el cargo y pretenderá ejercerlo sobre su sucesora?

Entre la inmensidad y complejidad de los problemas que tendrá que afrontar la presidenta Claudia Sheinbaum, acaso el más apremiante sea lidiar con la vesania de poder que invade a su antecesor. Bien le vendría a la próxima mandataria el auxilio de Némesis, diosa de la justicia retributiva, la solidaridad y el equilibrio, que castiga la desmesura (hibris), frecuente en los líderes ofuscados por el poder.

La doctora Sheinbaum tiene una fortaleza real, su alcance: 35,923,984 votos que le otorgarán la autoridad del Supremo Poder Ejecutivo (Artículo 80 de la Constitución) y legitimidad democrática.

Hasta ahora ha prevalecido en ella la habilidad y paciencia para lograr un equilibrio que evite la ruptura sin sometimiento, como lo planteó Juan Ramón de la Fuente en entrevista con Carmen Aristegui en ‘Aristegui en Vivo’. Seguramente así tendrá que ser en lo que resta del sexenio.

A partir del 1 de octubre, la presidenta asumirá su autoridad e irá consolidando su propio poder. Es probable que el distanciamiento sea paulatino, sin aspavientos, pero con firmeza para evitar cualquier intento de intromisión que pretenda vulnerar la dignidad de la investidura presidencial.

Su amplia victoria le ofrece dos alternativas: restaurar un presidencialismo autoritario propio de la hegemonía del PRI y emulado por López Obrador; o instaurar la gobernabilidad democrática, basada en el imperio de la ley y la división de poderes, la sensatez, la prudencia y la responsabilidad; una gobernanza sustentada en planeación y rigor, el respeto a las libertades y el disenso, la pluralidad y la negociación, así como el combate eficaz a la corrupción, la impunidad y el crimen organizado.

En su discurso de la madrugada del 3 de junio Sheinbaum se comprometió a respetar la pluralidad y la democracia para gobernar en paz y armonía para todos los mexicanos, sin distingos.

Su antecesor hizo una promesa similar en 2018 pero la traicionó. Pudiendo haber avanzado en la consolidación de la democracia, desde su triunfo en las urnas emprendió el desmantelamiento de las instituciones democráticas a fin de gestar el “nuevo régimen” de la 4T: una autocracia populista. La prioridad de su gobierno fue reforzar su propio poder y eliminar todo aquello que pudiera limitarlo.

La (virtual) presidenta electa debe descartar esa opción suicida.



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