Aunque el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (México, Estados Unidos, Canadá), se firmó el 14 de diciembre de 1992, formalmente entró en vigor el primero de enero de 1994. Estamos pues a treinta años de aquel acontecimiento que se vendió como la palanca para catapultar a México a las condiciones de desarrollo del primer mundo. La evidencia empírica que acusan sus resultados, está tan lejos de lo prometido, que aún sus apologistas incondicionales, terminan por encontrar refugio en la expresión cándida de que “hubiera sido peor no firmarlo”.
Ante el fracaso, los que antes lo defendían como lo mejor, ahora no les queda otra más que decir: es lo menos peor. Las típicas piruetas verbales, cuando la realidad derrumba dogmas y creencias ideológicas, que sin sustento le concedieron poderes mágicos al libre comercio y a la renuncia del estado sobre el ejercicio de los necesarios instrumentos regulatorios para proteger la economía y el desarrollo de una industria nacional.
Se satanizó así el principio de la economía planificada y se despojó al Estado de los instrumentos fundamentales para hacer posible, vía la política de crédito e inversión productiva, la concurrencia de esfuerzos públicos-privados en torno a metas nacionales específicas relacionadas con el crecimiento físico-económico, la infraestructura de gestión de agua y energía, la ampliación de la frontera agrícola y la producción de alimentos; además del fortalecimiento de la investigación científica y tecnológica.
El país quedó al garete de los apetitos del mercado y de la inversión extranjera. Se asentó el axioma de que “el mejor plan industrial es aquel que no existe”, bajo la peregrina ilusión de que situados como los abastecedores de mano de obra barata y materias primas al mercado de consumo más grande del mundo (Estados Unidos), México tenía asegurados los beneficios concomitantes para garantizar los empleos y el desarrollo económico.
Han transcurrido tres décadas, desde que aquella apuesta se puso en práctica. Es el equivalente a una generación y a un ciclo económico completo, en el que los registros de crecimiento económico se promedian por debajo del dos por ciento anual, que al cotejarse con los requerimientos de la población, los resultados reflejan un largo estancamiento. Por lo mismo la tasa anual de desempleo se ha mantenido a la alza, pues la demanda de empleo durante las tres décadas que comprende el esquema comercial, apenas se cubre en un sesenta por ciento, generando un abultamiento expansivo en el empleo informal que al cierre del año anterior supera los 16 millones de personas dedicados a actividades no propiamente productivas. Más del cuarenta por ciento del empleo, ubicado en el sector informal, acusa la profunda ineficiencia de la economía nacional, resultado de haber sometido al país a las coordenadas de un modelo económico ideado para favorecer a una elite de financieros y especuladores.
La expresión social es dramática: no hay esquina en las calles de las ciudades del país, donde no nos grite la mendicidad. Indígenas, migrantes y jóvenes haciendo suertes de todo tipo; limpiando vidrios, tapando baches para procurarse el sustento del día o la dosis de droga para amortiguar el dolor y el coraje que provoca la marginación social.
Pero en el largo episodio, no todos han sido perdedores; hay ganadores y también ganones. Una minoría encumbrada sobre la plataforma del llamado sector exportador, quienes durante todo este tiempo tuvieron la oportunidad de aprovechar que el comercio de México con Estados Unidos creció casi nueve veces al pasar de un intercambio comercial de 88 mil millones de dólares en 1993 a 779 mil millones de dólares en el 2022. Como se puede observar las voluminosas cifras de dinero registradas por la actividad comercial, no tienen impacto positivo sobre la economía nacional, por el contrario han crecido a costa del desarrollo y la profundización de la brecha social en México.
Esto ocurre porque la “bonanza exportadora” de México, viene como resultado de que el país se constituyó en el receptáculo del proceso de relocalización de plantas ensambladoras que bajo la sombra protectora del TLCAN-TMEC, han emigrado a México en busca del gran subsidio para bajar costos que representa la mano de obra mexicana. Es así que México se ha convertido en un exportador de ensamblado, en el que la mayoría de los productos se hacen con insumos importados. Esto quiere decir que son las empresas extranjeras las que exportan, no los empresarios, ni la economía mexicana. Lo cual ha sistematizado el proceso con el que se destruyeron los esfuerzos locales para gozar de una industria nacional propia.
Los saldos de estas tres décadas de sometimiento al esquema comercial, no permiten ostentar competitividad económica frente al mundo, pero si presumir poner en el medallero mundial de los hombres más ricos del planeta a personajes como Carlos Slim, que bien pudiera exhibirse como el parto más exitoso del TLCAN-TMEC. Slim es el epítome de los ganones que durante los últimos treinta años han respirado de manera confortable en la atmósfera neoliberal. Es la constancia testimonial de que las últimas cinco administraciones se han ceñido al neoliberalismo, pues en todas ellas ha sido el “empresario ejemplar”. Sin dejar de decir que en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, que proscribió el neoliberalismo del cielo mexicano, Carlos Slim casi ha duplicado su fortuna.
Son tres décadas en las que en términos generales, todo lo asociado a la vida productiva nacional ha desmerecido. No obstante, por su vulnerabilidad, el campo mexicano y la producción de granos básicos pudieran ubicarse en el sector más afectado. Lo cual era una sentencia escrita en las cláusulas del TLCAN, donde se establecieron tiempos fatales para retirarle todos los apoyos a la agricultura. En términos formales desde el 2012 estaba contemplado que se eliminarían los apoyos a la producción de granos básicos. El gobierno de Enrique Peña Nieto, pospuso el cumplimiento y mantuvo los apoyos colgados de alfileres. Con la llegada de López Obrador, se quitaron los alfileres, y la producción nacional de granos está en manos de lo que determinen los mercados internacionales.
No hay nada que festejar en el aniversario del TLCAN-TMEC, más bien atender la evidencia empírica de que en la sujeción a esa ruta, México sigue sin futuro.
Ciudad Obregón, Sonora 4 de enero de 2024.