CIUDAD DE MÉXICO (apro).-Diecisiete días antes de ser asesinado, Luis Donaldo Colosio pronunció un discurso que el imaginario colectivo considera que le costó la vida.
El domingo 6 de marzo de 1994, casi de memoria relató ante más de 50 mil priistas reunidos en la explanada del Monumento a la Revolución las 4 mil 124 palabras que conforman el texto; 382 líneas y 129 párrafos. En total, 12 cuartillas.
Incluso, el texto fue analizado para la tesis de maestría de María de la Paz Muñoz Aguilar, estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM en 2006.
Aquella frase sobre el hambre y la sed de justicia se ha reproducido casi hasta el hartazgo como slogan, cada que un político puede aprovechar la ocasión, o sin falta por el PRI cada 23 de marzo.
En sus libros Estos años y Salinas y su imperio, el fundador de Proceso aportaría pinceladas sobre aquel mítico discurso. Esta es una reconstrucción de aquellas horas, de aquellos días de hace 30 años. Antes del magnicidio que perseguirá como una sombra a Carlos Salinas de Gortari.
A las 11 de la mañana del viernes 4 de marzo, Colosio llegaría a la casa del historiador Enrique Krauze para afinar el texto que pronunciaría en la celebración de los 65 años de la fundación del PRI.
A raíz de la labor editorial sobre el texto, Colosio enviaría una tarjeta al fundador de Letras Libres.
“Estimado Enrique: Mil gracias por tu apoyo, por tu amistad y solidaridad. Nunca lo olvidaré. Un abrazo”.
De acuerdo con el autor de La Presidencia Imperial, la labor medular consistió en este diálogo:
-Quita las menciones a Salinas, quítalas todas.
-Sabía de tu reacción. Ya las quité. Están fuera.
-¿Las tres?
-Las tres.
Previamente, el 22 de febrero, José Córdoba Montoya, principal asesor del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, envió 14 cuartillas, para que con ellas, el candidato presidencial delineara su discurso.
Ignacio Rodríguez Castro aportaría detalles sobre el texto, publicados en el libro Entre la historia y la esperanza, del entonces perredista Andrés Manuel López Obrador. Ahí aseguraría que al ir leyendo con su pluma Montblanc en la mano izquierda y con tinta color sepia, fue tachando los párrafos con cruces.
“Necesariamente las notas de Córdoba no satisficieron a Colosio, no era lo que él quería, porque hablaba de los temas clásicos en el vocabulario del sexenio: modernización, globalización, aterrizaje del proyecto macroeconómico. Colosio fue viendo una por una las hojas, con mucho respeto y con mucho detenimiento, y sí, fue tachándolas. Dijo no, no, no. Tachoneó con grandes cruces. Se quedó con dos de las 14 hojas y trituró el resto”.
Treinta años después, el discurso sigue considerándose como uno de los actos políticos más importantes del México moderno, aunque en su momento levantó las críticas del PRD, PAN, el PDM y el PVEM, los opositores decían que no había roto con Salinas de Gortari, ni con la continuidad de su gobierno. Apuntaban que era “una declaración convenida para efectos de propaganda política”.
Basta recordar que Felipe Calderón, en aquel momento secretario general del PAN declararía: “habría que preguntar al candidato presidencial priista hasta dónde estaría dispuesto a reducir capacidades al presidente de la República”.
La confesión al fundador de Proceso
Eufórico y exaltado, esa misma tarde dominical, Colosio le relataría a Julio Scherer García trozos del discurso.
-En un momento pensé que se pondría de pie. Le faltaba el auditorio, pero se tenía a él mismo
–Una pregunta, Luis Donaldo –lo interrumpí en plena carrera. Agitado, me vio en súbito silencio.
–¿Conoció el presidente tu discurso antes de que lo pronunciaras?
–Espero que me comprenda.
–¿Conoció tu discurso?
–No.
Los dichos de Alfonso Durazo
Durante un tiempo sin horas, Alfonso Durazo, entonces secretario particular de Colosio, le contaría a Scherer sobre cómo el discurso se envió a Salinas de Gortari.
-¿No envió al presidente el discurso del 6 de marzo?
-No.
-Descarta otra vía de comunicación?
-Salvo la de Colosio, todas.
-No entiendo.
-Yo manejaba esos asuntos por decisión del candidato. A Tere Ríos, su secretaria privada, le pregunté hace poco si ya en el tramo final de Luis Donaldo habría pasado por sus manos algún mensaje para el presidente.
-Ninguno, me miró extrañada. ¿Por qué, licenciado?
-Solo un detalle, Tere.
Vuelvo al tema:
-Mencionó a Luis Donaldo. ¿Tuvo usted manera de saber si le envió el discurso al presidente?
-El 6 de marzo, avanzado el día, llamó a uno de sus ayudantes y le ordenó: “Lleva esto a Los Pinos”. Era el discurso. En las circunstancias que describo sólo el propio Colosio pdría haberlo modificado y esto en la tribuna, ante los micrófonos.
-O sea, Colosio ató las manos del presidente.
-Son sus palabras.
¿Y las suyas?
-El de Luis Donaldo fue un gesto de violenta cortesía-
-He oído decir que hizo llegar a Enrique Krauze el discurso del 6 de marzo dos días antes de que lo pronunciara.
-Yo se lo mandé el viernes 4.
-¿Y al presidente?
-Ya le dije.
La broma sobre la muerte
El 15 de marzo, Diana Laura Riojas y Luis Donaldo invitarían a su casa a Olbeth Hancderg, Alejandro Rossi, Isabel Turrent, Enrique Krauze, Marie Jo y a Octavio Paz. En un momento la esposa del candidato desapareció y al volver sostenía un pastel en las manos.
-Tu cumpleaños, Octavio.
-No es hoy. Cumplo años dentro de quince días.
-Sí, Octavio, pero no sabemos cuándo nos volveremos a ver.
El autor del Laberinto de la soledad escribió sobre la muerte y el desdén de nuestra sociedad ante ella.
“La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. El mexicano no solamente se postula la intranscendencia del morir, sino del vivir”.
Aquella reflexión paziana se pondría de manifiesto en el último encuentro entre el líder del PAN, Carlos Castillo Peraza y Colosio, estaba cerca Lomas Taurinas.
Una noche en casa del priista, al despedirse el sonorense le espetó:
-¿Andas solo? ¿En ese coche? Te van a matar. Cuídate.
-Yo no soy el importante. Tú, sí. Nadie está interesado en matar al presidente del PAN. Nos vemos la semana próxima. Cuídate, no te vayan a matar”.