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Todo sucede en Francia. Todo en la segunda mitad del siglo XIX.
Alice Milliat nace en Nantes, el 5 de mayo de 1884. Charles Pierre de Fredy, Barón de Coubertin, tiene 21 años (París, 1863), y ya se ha entrevistado, en su primer viaje a Inglaterra, con el gran promotor del deporte y los ejercicios físicos en Inglaterra: Thomas Arnold. Imita su modelo pedagógico, tan en boga en las universidades británicas, para llevarlo como modelo a una Francia que experimenta dos grandes transformaciones, una industrial y otra educativa.
Cuando Alice cumple diez años, Coubertin declara la creación del Comité Olímpico Internacional, después de dar una conferencia en la Sorbona, en la que también proclama el restablecimiento de los Juegos Olímpicos.
Melliat, alumna distinguida del nuevo plan educativo francés, será, pronto, una ferviente apasionada de los deportes, pasatiempos impropios para niñas y jovencitas en casi toda Europa; la Francia de la Tercera República no es excepción.
Milliat y Coubertin desarrollan aficiones cercanas. Deporte, educación y amor a las letras. Él, lector de los clásicos, de historia griega y lector de Émile Durkheim. Ella nadadora, amante de las obras inglesas y traductora precoz.
Los separa -con la diferencia de edades- su postura frente a los acontecimientos, ante su presente. El creador del olimpismo es conservador, patriarcal y, si se quiere, misógino. Alice, vital, liberal y revolucionaria.
Aquél sobrecargado de costumbres y de estereotipos; esta inquieta, valiente y desparpaja de las buenas costumbres. Coubertin está convencido que el deporte es nocivo para la belleza y la fragilidad de las mujeres; Milliat -como Flora Tristán, la luchadora de clase obrera- no concibe el mundo sin la participación activa del feminismo en la esfera del deporte, de las artes y de la política.
Los prejuicios hacen que Coubertin no acepte la participación de mujeres en Atenas 1896. A desgano y con resentimiento acepta que, en algunas disciplinas, compitan en París 1900.
Cuando Milliat se entera que la británica Charlotte Cooper se hace del primer oro femenino en el tenis se toma en serio la causa por la igualdad; nada, rema y juega al hockey. También se interesa por el futbol y por el atletismo.
Cuando cumple 25 años, simpatiza claramente con la Unión Francesa por el Voto Femenino, creado en París por Jane Misme y Jeanne Schmahl después de la celebración del Congreso por los Derechos Civiles y el Sufragio de las Mujeres.
Londres acababa de ser sede de los cuartos Juegos Olímpicos modernos, en los que solamente tomaron parte 37 atletas en la rama femenil de los más de dos mil que compitieron en 22 deportes.
La Unión Francesa comenzó a realizar giras de promoción del voto femenino en el interior de Francia desde 1909; en una de esos recorridos pasó por Nantes, una ciudad activa políticamente desde los años de Ana Bretaña y cuya tradición literaria se consolidó con la fama de Julio Verne, nacido allí en 1828.
Alice se adhiere al movimiento al tiempo en que Coubertin prepara la celebración de los Juegos de Estocolmo 1912. Desde su trincheras, entre la social, la política y la deportiva, a los dos le toma al asalto la Gran Guerra. Al final del conflicto, con los Tratados de París 1919, ninguno de los dos se parecía al que fue antes de Sarajevo.
Coubertin, ya empecinado enemigo del deporte femenino, hizo lo posible -con argumentos falaces y carentes de cualquier valor científico- para que ellas no compitieran en ningún deporte en Amberes 1920.
Milliat, mientras las potencias se repartían al mundo, había convocado en ese 1919 a las autoridades deportivas francesas para que en el atletismo, en el remo y en la natación fueron incluidas las pruebas para mujeres en las Magnas Justas de hace 100 años, París 1924.
La oferta de la promotora del voto igualitario no fue, siquiera, discutida. El buró del COI hizo eco a las quejas de su fundador: a las mujeres no les interesa el deporte, y además éste puede ser dañino para sus cuerpos. Millat decidió -al estilo de las intelectuales francesas de la posrrevolución- pasar a la acción política dentro del ámbito deportivo.
Creó la Federación Femenina Deportiva Internacional y en 1922 organizó los primeros mundiales para mujeres que se inauguraron en París con las delegaciones de Francia, Reino Unido, Suiza y Checoslovaquia, el país en el que el deporte femenino tuvo un auge mayor en Europa del Este.
Cuenta la crónica deportiva francesa que a la inauguración asistieron más de 20 mil espectadores. Coubertin tuvo que aceptar que en 1924 participaran 136 mujeres (pero no en el atletismo), con la condición de que se alojaran lo más lejos posible de la villa construida para los hombres en la capital francesa. Milliat tenía, entonces, 40 años. A Coubertin le quedaban 13 años de vida.
Después del éxito de los Mundiales Femeninos de 1926, en Gotemburgo, la Federación Internacional de Atletismo -cuyo buró sólo era integrado por hombres- aceptó discutir el plan del Milliat para incorporar las pruebas de pista en los Juegos de Amsterdam 1928, en los que -después de arduas y ásperas negociaciones- debutaron los 100 metros planos, los 800 metros, el salto de altura, el lanzamiento de disco y los relevos 4X100 para mujeres.
La estadounidense Elizabeth “Betty” Robinson fue la primera ganadora de la prueba de velocidad con un tiempo de 12.2 segundos, que, en automático, se convirtió en récord mundial de la distancia. En la capital holandesa compitieron en total 277 mujeres.
Antes de los Juegos de Berlín 1936, la Federación de Mujeres aceptó que las marcas establecidas durante las ediciones de sus juegos mundiales fueran reconocidas por la Federación Internacional de Atletismo; sin embargo, el COI prohibió la celebración de los 800 metros (porque las mujeres no podían correr más de 200 metros, según su informe), prueba que volvió al programa olímpico hasta 1960.
Coubertin murió en septiembre de 1937; dos años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Milliat, una vez desaparecida la Federación Femenina Deportiva Internacional, mantuvo su lucha por el voto femenino en todas las elecciones de Francia. En 1944, Charles de Gaulle otorgó el sufragio universal a las mujeres francesas, quienes acudieron por primera vez a las urnas en 1945. Alice Millat murió en París en 1957.
Hoy, a un mes de que sean inaugurados los terceros Juegos parisinos, con la Asamblea disuelta por Emmanuel Macron, Francia se prepara para rendir tributo a Alice Miillat, sin cuya lucha las mujeres no hubieran logrado la equidad de participación que sucederá en la inminente cita del 26 de julio.
Para entonces, las legislativas francesas darán otra cara a la Asamblea Nacional de la V República con un voto mayoritario femenino: a favor o en rechazo de la política de la extrema derecha de Marien Le Pen, voz cantante de la ultraconservadora Agrupación Nacional, que amenaza con estropear la libertad y la fraternidad de la nación de la Revolución.
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