Durante los años 90, China fue acusada y sancionada por crear y aplicar un sistema de dopaje entre sus equipos de natación que compitieron en los Juegos Asiáticos y los Campeonatos Mundiales (el escándalo sucedió en la edición de Roma de 1994).
Uno de los encargados de revelar el alcance de la trampa china fue el profesor alemán Manfred Donike, experto en análisis de exámenes clínicos para la detención de sustancias ilegales en los cuerpos de los competidores de alto rendimiento.
Donike no se asombró ante la maquinaria y el fraude sintéticos de la nomenclatura china en las piscinas de corta y larga distancia: “Es más -dijo entonces, 1993- esto se puede extender a otros deportes”.
La sustancia de moda en aquella época, hoy fácilmente detectable por los laboratorios de la Comisión Médica del Comité Olímpico Internacional, era: Dihidrotéstosterona.
La estimulación de este compuesto ayudó a mejorar el rendimiento físico y mental de las nadadoras chinas que compitieron en los mundiales romanos, en los que lograron 16 medallas de oro, imposible de imaginar cuatro años antes, cuando los internacionales se llevaron a cabo en Perth, Australia.
Después del escándalo, los líderes de Partido Comunista prometieron hacer una investigación profunda para encontrar a los culpables y someterlos a los tribunales de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) para que, en caso de ser responsables, fueran castigados de acuerdo a los reglamentos internacionales de la lucha contra el uso de estimulantes en el deporte.
Las investigaciones no llegaron muy lejos, de los nombres de los sospechosos solamente unos cuantos se hicieron públicos. Las sospechas sobre la inocencia de los entrenadores, médicos y atletas de la República Popular se mantuvieron a pesar del reforzamiento de las medidas de revisión sorpresa que se llevaron a cabo al interior del país durante los años siguientes.
Treinta años después de aquel oscuro momento, China vuelve a desafiar los sistemas de represión del dopaje de la Comisión Médica, a cinco semanas de la inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024, con el envió de once nadadores involucrados en casos de uso de sustancias prohibidas, entre ellos los campeones olímpicos Yufei Zhang y Shun Wang y Haiyang Qin.
El diario estadounidense The New York Times había revelado en abril que la cifra de atletas del equipo acuático chino se elevaba a 23 y un común denominador: trimetazidina, un compuesto contra el corazón que ha probado sus características estimulantes en pruebas de resistencia para el mejoramiento de la oxigenación ante un gran desgaste físico. La lista de supuesto consumo de estimulantes incluye al clenbuterol, según el diario neoyorquino.
La nueva amenaza china se suma a las investigaciones no terminadas aún sobre un supuesto sistema de dopaje estatal de la Federación Rusa con la llega del exjudoca Vladimir Putin al poder a comienzos del siglo XX.
Pesquisas que impiden que los atletas rusos compitan con su bandera e himno en los Juegos Olímpicos de verano y de invierno. Putin fue miembro de los equipos de inteligencia destinados por la KGB en Berlín Oriental durante la Guerra Fría.
Según han reportado las investigaciones de la AMA, fue allí en donde los actuales dirigentes del deporte ruso (y antes el chino) obtuvieron información suficiente para aplicar sustancias ilegales en los cuerpos de sus competidores para cosechar un mayor número de medallas y “legitimar su sistema político en el ámbito del deporte olímpico”, ante sus rivales occidentales.
Después de la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, se dieron a conocer las listas de los atletas de la República Democrática Alemana que fueron víctimas de tratamientos ilegales para mejorar su rendimiento en las pistas y en las piscinas de Juegos Olímpicos, desde México 68 hasta Seúl 88.
Los dirigentes de la policía secreta de la RDA, la Stasi, no tuvieron el tiempo necesario para eliminar los comprometedores archivos de la batalla deportiva entre Este y Oeste.
En la RDA el dopaje -la estimulación artificial con fines de supremacía deportiva- tomó forma y se convirtió en sistema. El buró de la RDA expropió los cuerpos de sus deportistas de alto rendimiento con un objetivo histórico: la supremacía sobre el mundo, el sueño eterno de mirar a todos para abajo.
En 1960, durante la prueba de la ruta de los Juegos Olímpicos de Roma, el danés Jnut Jensen se convirtió en la primera víctima mortal de las sustancias ilegales.
La respuesta del Comité Olímpico Internacional fue contundente. Creó la Comisión Médica con la que combatió la utilización de métodos ajenos al cuerpo humano con fines de éxito deportivo.
La Europa Unida, formalizada desde la Ronde de Roma en 1957, también discutió las repercusiones que el dopaje provocaría en la vida de los ciudadanos, con independencia de las arenas deportivas de alto rendimiento.
Pero en ninguno de los debates de entonces se logró tener la mirada suficiente para valorar los alcances del fenómeno del dopaje, cuya industria ha provocado un perfeccionamiento en la detección de sustancias estimulantes en las competencias internacionales.
Una mujer, competidora de los 400 metros, cuyos padres intentaron sin éxito la huída al Oeste en aquella mañana del 13 de agosto (fueron apresados y devueltos a la realidad intramuros donde los pasaporte no existían), pidió su expediente a las pocas semanas de la caída de Muro.
Había practicado los 400 metros planos pero sin alcanzar nunca los presupuestos olímpicos. Aún así, le dieron a tomar pastillas cuyo contenido nunca le fue relevado.
Su horror no tuvo límites cuando se enteró que los hombres de gris le habían suministrado altas y frecuentes dosis de Turinabol, una sustancia prohibida por la Comisión Médica del COI que produce cambios irreversibles en el comportamiento hormonal del ser humano.
Pero su impacto fue mayor cuando leyó que su mejor amiga había sido la encargada de revelar a la Stasi su comportamiento social, sus reacciones y sus elucubraciones cuando comenzó a resentir los cambios físicos ocasionados por el agente químico de las pastillas.
Las inyecciones de sangre, previamente extraída del cuerpo de los atletas; los embarazos forzados a nadadoras y corredoras, que terminaban en complicados abortos después de las competencias internacionales, y el consumo permanente, mediante pastillas e inyecciones, fueron una práctica común en los centros de entrenamiento de la RDA.
Andreas Kieger en verdad es mujer, aunque la barba y la voz ronca contradigan la apariencia. Tiene nombre masculino pero durante aquellos años setenta se llamó Hiedi y fue campeona de Europa en el lanzamiento de bala.
Lo fue, en gran parte, por el tratamiento hormonal al que fue sometida por su cuerpo de entrenadores. Las pastillas la hicieron tres veces más fuerte. Pasó de los 14 a los 20 metros en un abrir y cerrar de ojos. Claro, con algunos inconvenientes.
Su ambición por el primer lugar, por el título de campeona, la transformó en una mujer con disfraz de hombre: la mandíbula salió de su sitio, un poco de pelo en el pecho, barba de estrella de cine pop, y las depresiones se convirtieron en costumbre por las noches.
Aún así logró clasificarse a los Juegos Olímpicos. Luego se dio cuenta que todos la miraban con desconfianza. No era ella. Había cambiado, ante los ojos de sus compañeros de pronombre personal. Hoy es él.
Las transformaciones producidas por el laboratorio del Estado Democrático Alemán saltaron sin precaución alguna el aviso del punto sin retorno. Andreas Krieger encabezó la batalla legal de los deportistas alemanes contra la Alemania Unificada que encabezó la canciller Angela Merkel
La Universidad de Leipzig fue, durante la vida del régimen democrático, el centro de investigación de alto rendimiento deportivo. Todos los avances -legales o no- pasaron por esa ciudad. La vida de más de diez mil atletas cambió para siempre. No fue la misma siquiera cuando la Guerra Fría terminó. La mayor parte de las víctimas fueron mujeres, practicantes atletismo y natación
Más de 160 deportistas del viejo régimen entablaron demandas penales contra el Estado alemán por los daños causados por un sistema de dopaje de Estado. El tema tardó en hacerse público, pero las recurrencias de China y la Federación Rusa, hicieron necesario el recuerdo por sus implicaciones legales, penales y deportivas.
La farmacéutica Jenapharm, entonces al servicio del Estado, fue una de las causantes del daño irreparable en los cuerpos de los deportistas alemanorientales. Se la acusó de proveer las llamadas “judías azules” (pastillas repletas de sustancias dañinas, entre ellas Turinabol).
En 1972 las nadadoras alemanas obtuvieron solamente un oro durante los campeonatos de natación de los Juegos Olímpicos de Múnich. Cuatro años más tarde se llevaron los títulos de once de las trece pruebas.
Un cambió radical, que solamente ha tenido una repetición histórica, a comienzos de los años noventa con las nadadoras de la República Popular China, cuyos entrenadores (algunos de ellos alemanes de la vieja escuela de Leipzig) crearon el “Milagro Chino” con una base de sustancias dopantes derivadas de los llamados “tés naturales”.
En 1973, apenas un año después del modesto resultado de Múnich, las nadadoras alemanas llegaron al complejo acuático de Belgrado, Yugoslavia, para tomar parte en los mundiales de natación de la Federación Internacional de Natación.
Cuando llegaron un periodista americano se atrevió a decirle a uno de los entrenadores alemanes que sus atletas tenían la espalda muy ancha, la voz muy ronca y el cuello muy desarrollado. El integrante del cuerpo técnico alemán del Este respondió entre indignado y eufórico: “Las trajimos a nadar no a cantar”.
Alemania Oriental arrasó en el podio de aquel mundial yugoslavo. Las autoridades de la delegación justificaron su éxito en el trabajo y en el nuevo diseño de los trajes de baño, basado en una composición de licra que superaba al viejo y resistente nylon.
Mientras los científicos estadunidenses y soviéticos peleaban por el espacio, la luna y las armas químicas, los alemanes orientales trabajan en la conformación de sistemas de dopaje sustentados en el metabolismo celular.
Hoy, China pone a prueba la legitimidad de la competencias de París 2024, como lo hizo Rusia hace dos ediciones olímpicas. El fantasma de la trampa deambula al lado del Sena: el COI, por lo pronto, se ha tomado con mucha delicadeza la participación de atletas rusos en unos juegos que han prometido limpieza en todas sus disciplinas.