De plegados y desplegados

De plegados y desplegados


Un número notable de intelectuales concluirá este sexenio respaldando a alguna de las fuerzas políticas que se disputan la Presidencia.  Así lo demuestran los dos desplegados que circularon la semana pasada, uno apoyando a Xóchitl Gálvez, el otro a Claudia Sheinbaum. 

El protagonismo de la comunidad intelectual durante el gobierno de AMLO, promovido en buena medida por el presidente, es un tema que merece un análisis independiente. Lo que me interesa argumentar en este artículo es que estos desplegados dan cuenta de dos grupos antagónicos que, por mucho que les cueste reconocerlo, se han igualado a través de su plegamiento. 

Empecemos notando que hay tres aspectos relevantes en los que coinciden aquellos intelectuales plegados al PRIAN y los plegados a Morena.

El primero es que el próximo domingo elegiremos entre la salvación o la condena. La idea aquí es que estamos ante un parteaguas, y que una decisión equivocada implicaría un riesgo existencial de lo poco o mucho rescatable que hay en el sistema político que conocemos.

En concreto, las historias que se cuentan son que un triunfo de Morena representaría una regresión democrática y un brinco al autoritarismo, mientras que votar por el PRIAN equivale a una regresión democrática por alentar a una élite corrupta que ha saqueado a nuestro país durante décadas.

De ello no se desprende que lo que se dice en un grupo es incompatible con lo que se dice en el otro: para ser claro, bien podría ser el caso que un triunfo de Morena implique una regresión democrática en un sentido, y un triunfo de la oposición lo implique en uno distinto.

Para efectos de este análisis lo importante es que este enfoque se ha traducido en lo que algunos han llamado un “tiempo de definiciones”.  Este postulado parte de la base de que una persona referente del término “intelectual” tiene, como mínimo, la obligación de avanzar ideas presentando argumentos.

Pero este principio es puesto en pausa con base en la idea de que circunstancias excepcionales demandan respuestas excepcionales. Y, en este caso, lo que las circunstancias demandan es tomar partido, apoyando decididamente a aquella fuerza que no nos llevará al precipicio.

El segundo aspecto compartido por ambos bandos se deriva del primero. Los intelectuales plegados a cada bando se han asumido como “guardianes” de la población, a la que se asume en una especie de minoría de edad cognitiva. 

Oposición. Discurso del “miedo”. Foto: Moisés Pablo/Cuartoscuro

No me refiero aquí al hecho, sobradamente discutido, de calificar a quienes simpatizan con la opción “peligrosa” como “borregos”, “zombis”, “acarreados” … En realidad, a quienes se considera menores de edad en este sentido es a las personas a las que se busca convencer de votar por la opción “correcta”.

La concepción del electorado como menores de edad en este sentido se manifiesta en que, apelando de nuevo a la emergencia, se busca dirigir el movimiento de manos sobre las boletas reemplazando o mitigando a las razones con sentimientos.

Mientras que los intelectuales plegados al PRIAN lo hacen sembrando terror, los que se pliegan a Morena hacen lo propio alentando el resentimiento. Lo importante no es contribuir a la razón pública poniendo sobre la mesa razones, sinrazones y evidencias, sino presentarse como “guardianes” que guiarán al electorado hacia la opción “correcta”.

Es fácil ver que esto se traduce en la imposibilidad de discutir los aspectos negativos de la candidata o del movimiento “correcto”. Para evitar complicar o confundir a su audiencia, los intelectuales plegados a uno u otro bando han decidido medir a cada opción política con una vara distinta, poniendo en pausa cualquier crítica seria a su candidata o a los partidos que representa.

El último factor compartido que me interesa analizar aquí es que, como consecuencia de lo anterior, de una forma o de otra, el plegamiento viene acompañado de recompensas.

Parte de estas recompensas vienen de los partidos políticos a los que se apoya incondicionalmente en un marco electoral determinado. Para nadie que siga la cosa pública en México es un secreto que existe una simbiosis en desarrollo entre un grupo de intelectuales y el PRIAN y entre el otro grupo y Morena. 

Esto se refleja claramente en la manera en que se invitan mutuamente a participar en sus eventos, sus interacciones o reacciones en redes sociales y el pacto de no agresión implícito. En el peor de los casos, se traduce en apoyos en forma de dinero público canalizado a medios, periodistas y proyectos.

Durante años los políticos e intelectuales de izquierda denunciaron, con justa razón, este tipo de simbiosis entre intelectuales y los gobiernos de derecha. Sin embargo, una vez en el poder, no pudieron pensar en nada mejor que en crear su propia relación simbiótica, demostrando así que nunca se opusieron en principio a esta práctica.

Lo que es peor, este estado de cosas impacta en el público, pues exacerba la polarización. Es evidente que la polarización conviene a los partidos, pues les permite obtener votos fáciles y relativamente seguros. Mucho menos reconocido es que este fenómeno también es productivo para los grupos de intelectuales que directa o indirectamente la promueven.

Las personas fanatizadas son fruta fácil de ser descolgada, pues frecuentemente buscan escuchar o leer únicamente aquello que confirma lo que ya creen. Cualquiera que discrepe es considerado traidor o, como mínimo, falto de compromiso. Lo único que un intelectual tiene que hacer para obtener los afectos de un sector de la audiencia es mostrarse militante y radicalizado. 

Oficialismo. Discurso del “resentimiento”. Foto: Galo Cañas/Cuartoscuro 

Es momento de hacer un corte de caja. Hemos visto que existen tres aspectos en los que coinciden los intelectuales plegados a alguna de las dos fuerzas que se disputan la Presidencia. Estos aspectos son: presentar la elección de la próxima semana como una decisión entre la salvación o la condena, considerar al público en una suerte de minoría de edad cognitiva y, finalmente, el acceso a distintas recompensas.

En consecuencia, no tiene mucho sentido que quienes forman parte de un grupo señalen con dedo flamígero a quienes integran el otro. Por difícil que sea reconocerlo, la principal diferencia no está en el acto de plegarse, sino en la dirección de su plegamiento.

*Profesor asociado de filosofía en la Universidad de Nottingham, Reino Unido.





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