La alfombra roja se ha tendido sobre el Palacio de los Deportes para recibir a la Reina del Pop. Más de 20 mil súbditos aguardan su llegada, todos han vestido para la ocasión: coronas luminosas, vestidos rosas como una chica material, lentejuelas en las ropas, guantes negros y corsets, y brillos en la piel. Ella se ha tomado su tiempo, como lo ha hecho en todas las ciudades en donde ha presentado el Celebration Tour desde octubre pasado.
Desde el minuto uno se advierte que no será un concierto común, sino un show en el que se desplegará un gran artefacto lumínico, visual y escénico, una suerte de performance y obra musical en donde Madonna es la gran protagonista. Y es que el gran viaje por los 40 años de trayectoria arranca con Bob The Drag Queen, un presentador que enciende el ánimo con una actuación al estilo de RuPaul’s Drag Race para presentar el archivo visual de una Madonna que ha sido muchas Madonnas en cada disco, en cada década, en cada videoclip, la Madonna del escenario y la que aparece en las portadas de las revistas por un nuevo show que perturba una y otra vez a las “buenas” conciencias.
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Al fin, poco más de media hora después de la cita, aparece la reina de 65 años, con un majestuoso kimono negro, coronada por una aureola para cantar a los suyos, con “Nothing Really Matters” , “I’ll never be the same, because of you”, dice casi como una oración.
La camaleónica Madonna cambia su atuendo por una falda a cuadros y guantes de malla, melena amplia y suelta para interpretar uno de sus éxitos más emblemáticos, “Open Your Heart”. Y es justo lo que hace, abrir el corazón a la feligresía mexicana al hablar del impacto de una mujer nacida en México que se convirtió en una poderosa fuente de inspiración para ella: Frida Kahlo.
“Quiero contarles la historia de mi vida. Quiero leerles mi diario, mis secretos, mis fantasías, mi corazón roto, ¿están listos? Una vez más, ¿están listos motherfuckers? Como ustedes saben, tengo una muy larga historia con México y es que cuando era una niña descubrí a Frida Kahlo en un museo de Detroit, me interesó mucho un pequeño cuadro que estaba en la esquina con una hermosa mujer, entonces leí su historia y ella me dio esperanza”, dijo.
Y añadió: “Es importante que sepan esto, ella me dio esperanza porque yo era una chica que no se sentía comprendida, que se sentía como una extrañaba, como alguien que no pertenece, pero entonces leí sobre alguien que se sentía como yo y ella, Frida, es mi alma gemela, mi musa eterna, mi madre, mi animal espiritual, ella es mi todo. Sé que ustedes pueden entender lo que digo porque también sintieron que no pertenecían, que también les dijeron raros, así que si Frida me inspiró, espero inspirarlos a ustedes. Esa es mi esperanza. De verdad estoy muy contenta y es un honor estar aquí con ustedes. Muchas gracias por siempre apoyarme, por seguir conmigo durante 40 años”.
Así, el concierto en siete actos, continuó con temas como “Everybody”, “Into the Groove” y “Burning Up”. Madonna continúa en esta línea de tiempo para contar, a través de un discurso escénico y coreográfico, hitos en su carrera y en su vida personal. “Holiday”, por ejemplo, su primer gran éxito con el que entró a la lista Billboard, la interpreta en un ambiente de fiesta, como en aquellos años en el mítico bar CBGB y, en seguida, hace un puente “Live to tell”, una balada igualmente famoso en los 80, convertida ahora en un réquiem para las víctimas de Sida, incluidos amigos de la cantante como el coreógrafo Alvin Ailey y el cantante Freddy Mercury, cuyos rostros aparecen en las múltiples pantallas que han colocado.
Viene ahora el acto que se concentra en su perfil más controvertido, el de dominatriz y el de una mujer con dominio de su placer. “Erotica” es, pues, el centro de la sensualidad y la provocación de Madonna. Así, con su lencería en rojo, da paso a “Like a Prayer” y, otra vez, es un recordatorio de su rebeldía que hechizó y escandalizó a la sociedad de lo albores del siglo XXI, con su iconografía religiosa y los cuerpos de semidesnudos de su nutrido cuerpo de baile.
“Bad girl” con su hija Mercy al piano abre boca para otro gran clásico, Vogue, con la que abre pista en una larga pasarela con bailarines “vogueando” frente a ella, incluida su hija más pequeña, Estela, de 11 años de edad. Y si en otras ciudades para esta interpretación ha tenido invitados como Ricky Martin, para la Ciudad de México ha invitado al presentador Guillermo Rodríguez, afincado en Estados Unidos.
Los éxitos no dejan de llegar como “Die Another Day”, “Don’t Tell Me”, “Mother and Father”, “Express Yourself”, “La Isla Bonita” y “Don’t Cry for Me Argentina”. En cada tema hay un despliegue coreográfico y audiovisual, muchos sorprenden como en “Rain” con la que Madonna sube a un gran marco que sobrevuela por el Palacio y pasa por encima de los espectadores; artefacto que usa en tres ocasiones.
Hacia el ocaso del concierto, la línea del tiempo se vuelve difusa entre temas como “Ray of Light” y “Take a Bow”, con una Madonna futurista y casi psicodélica.. Es un show que busca la creación, en tiempo real, de cuadros surrealistas en movimiento, con cuadros coreográficos marcados por telas y bailes grupales.
Antes del fin, ofrece un homenaje a Michael Jackson y gracias al artilugio del juego de sombras, está ahí, en el escenario, bailando con Madonna en un crossover de “Billi Jean” y “Like a Virgin”. El cierre está a punto de llegar y la cantante aprovecha para ofrecer una conclusión final de lo que ha sido su carrera: “No siempre fui una chica popular, no siempre fui famosa, pero siempre he sido una bad ass”, dice eufórica. El grito ensordecedor de la gente apoya su sentencia. Llegan entonces todas las madonnas, desde la beisbolista de “A League of Their Own” hasta los corset y los brassieres de picos.
Con Bitch I’m Madonna” y “Celebration” concluye el primero de los cinco conciertos que ofrecerá la cantante en el Palacio de los Deportes. La gira de 80 fechas concluye en Río de Janeiro, el 4 de mayo.
BRC