En la era tecnológica y digital los smartphones son una extensión inseparable de la vida cotidiana de las personas, principalmente los más jóvenes. Sin embargo, su presencia en las aulas no es gratificante entre quienes nos dedicamos a la docencia y ha generado un intenso debate dentro de la comunidad educativa en todo el mundo. La regulación sobre el uso de teléfonos celulares en las escuelas, especialmente dentro de los salones, se ha impuesto y sus implicaciones son objeto de reflexión.
La creciente preocupación por el impacto negativo de los teléfonos celulares en el ambiente de aprendizaje ha llevado a muchas instituciones educativas a prohibir su uso durante las clases. En febrero de 2024 la municipalidad de Río de Janeiro restringió el uso de estos dispositivos en las aulas y durante los descansos, incluido el recreo, de las escuelas municipales.
Las razones detrás de esta medida draconiana (desde el punto de vista de los jóvenes) se encuentran la distracción de los estudiantes, el acceso a contenidos inapropiados, la disminución de la interacción social y el deterioro de la concentración. También se ha identificado que el uso excesivo de smartphones está relacionado con problemas de conducta, de bienestar emocional, ciberacoso y bullying.
Prohibir los smartphones en las escuelas tiene implicaciones positivas y negativas. Puede mejorar el enfoque, la atención y la concentración de los estudiantes, aumentar el rendimiento académico, promover la interacción entre compañeros y fomentar el uso responsable de la tecnología.
Sin embargo, también limita el acceso a información y recursos educativos en línea, restringe la comunicación entre padres e hijos en una era de percepción de inseguridad y, lo más importante, no aborda de manera efectiva los verdaderos problemas de comportamiento, atención y aprendizaje.
Además, la prohibición puede ser difícil de mantener, generar resistencias e incluso afectar o estresar a quienes se desea ayudar, pues además de los lazos familiares y de que los smartphones son una ventana al mundo, algunos estudiantes de nivel superior trabajan al mismo tiempo que estudian.
La desatención, el desinterés escolar, la falta de concentración y las distracciones ya existían antes de que los teléfonos irrumpieran entre los jóvenes y en los salones de clase, pero se han potenciado con la tecnología y es sencillo culparla de esos males que son anteriores.
Las mejores prácticas para regular el uso de teléfonos en las escuelas son aquellas que equilibran la necesidad de acceso a la tecnología (para buscar contenidos, mantener tranquilos a los padres, emergencias) con el mantenimiento de un entorno de aprendizaje productivo y significativo.
Lo anterior incluye políticas claras sobre el momento y el lugar adecuados para usar dispositivos electrónicos con supervisión, así como la implementación de herramientas y/o estrategias que ayuden a monitorear y gestionar su uso.
En lugar de prohibir completamente los móviles, algunas escuelas han optado por implementar habilidades digitales y resiliencia de los estudiantes, enseñándoles los beneficios y los riesgos de la tecnología y la capacidad y ventajas de retrasar las gratificaciones. Algunas estrategias creativas incluyen estaciones de carga con los dispositivos colocados en modo avión como condición previa, y proporcionar sobres con velcro para inhibir las distracciones.
Los especialistas en educación, pedagogía y tecnología tienen opiniones divididas respecto de la prohibición de smartphones en las aulas. Algunos argumentan a favor de la restricción para preservar la calidad de la enseñanza y el aprendizaje porque son una fuente constante de distracción, otros abogan por la integración responsable de la tecnología en el aula, enseñar habilidades digitales, alfabetización mediática y promover un uso consciente de los dispositivos.
En el mundo existen casos diferenciados de regulación en las escuelas. Algunos países han implementado prohibiciones a nivel nacional como Francia, mientras que otros dejan la decisión a las instituciones educativas locales, como el caso reciente de Río de Janeiro, Estados Unidos o España.
Además, la regulación puede variar según el nivel educativo, con algunas escuelas primarias y secundarias prohibiendo completamente el uso de dispositivos electrónicos, mientras que instituciones de educación superior permiten un acceso total.
Algunas instituciones han implementado políticas que permiten a los maestros tomar decisiones que se adapten a sus necesidades. Otras han aplicado políticas que requieren que los estudiantes entreguen sus teléfonos al comienzo de la clase o que los guarden en un lugar designado.
En 2020, el Centro Nacional de Estadísticas de Educación informó que 77% de las escuelas de EE. UU. habían prohibido los teléfonos para fines no académicos. En Francia, en 2018 se promulgó una ley que prohíbe el uso de smartphones para los escolares menores de 15 años. En 2023 en China, los móviles fueron prohibidos a nivel nacional para los escolares.
Para regular eficazmente el uso de teléfonos en las aulas es crucial involucrar a todas las partes: maestros (quienes deben capacitarse, ser flexibles y diseñar estrategias), estudiantes (ser conscientes de las implicaciones y de que son los más afectados por el uso irresponsable), especialistas en tecnología y educación (para orientar y buscar el equilibrio) y administradores escolares (para hallar alternativas).
Ello implica la elaboración conjunta de políticas claras que se comuniquen con igual nitidez a estudiantes y padres, la capacitación del personal educativo en el uso efectivo de la tecnología y la sensibilización de los alumnos sobre los riesgos y beneficios asociados con la tecnología.
La regulación del uso de smartphones en las escuelas debe tener como objetivo principal mejorar la experiencia educativa de los estudiantes, transmitir el conocimiento de mejor manera y prepararlos para enfrentar los desafíos del mundo digital.
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