Hace algunas semanas, después de la marcha en defensa de la democracia organizada por la sociedad civil el 18 de febrero, el presidente Andrés Manuel López Obrador preguntó, retóricamente, “¿Cuál es su democracia?”.
Esta pregunta presidencial no sólo cuestiona las posturas ideológicas e intereses políticos de los participantes de la multitudinaria manifestación, sino que invita a un análisis más amplio y crítico del propio concepto de democracia. Las críticas dirigidas a la marcha de la sociedad civil, que ostensiblemente se oponía a diversas propuestas de políticas públicas del presidente, subrayan la tensión entre las distintas interpretaciones de la democracia y sirven de ejemplo del debate global sobre la naturaleza de la democracia, en una época en la que sus pilares liberales tradicionales están siendo cuestionados y reinterpretados. Este incidente refleja el discurso más amplio que desafía la asociación convencional entre democracia y liberalismo, y sugiere la aparición de modelos democráticos alternativos que se apartan de la norma occidental de la democracia liberal.
En su esencia, la democracia suele equipararse a la democracia liberal, un sistema que hace hincapié en la protección de los derechos individuales, el Estado de derecho y el mantenimiento de controles y equilibrios dentro de una estructura gubernamental. Esta forma de democracia hunde sus raíces en los ideales de la Ilustración que abogan por las libertades personales, la igualdad ante la ley, el pluralismo político y la limitación del poder. El modelo democrático liberal postula que la salvaguarda de las libertades y derechos de las personas en lo individual y de las minorías existentes en las sociedades es esencial para una sociedad verdaderamente democrática.
Los cuestionamientos del modelo liberal de la democracia vienen, principalmente, desde los liderazgos populistas. Sus discursos suelen centrarse en la regla de la mayoría como el elemento central de la democracia, cuestionando la existencia e importancia de las instituciones contra mayoritarias, de pesos y contrapesos, que pretenden limitar el ejercicio del poder para proteger a los individuos y a las minorías frente a las imposiciones mayoritarias. Se trata de una propuesta de la democracia populista que pretende hablar por “el pueblo” y estar al servicio “del pueblo”. La categoría se define, en estos contextos, de manera acotada, considerando como sus integrantes a quienes apoyan al proyecto político y dejando fuera a quienes se le oponen o lo cuestionan.
Esta perspectiva que desafían a la democracia liberal aboga por su redefinición que trascienda sus fundamentos liberales, en favor de modelos que prioricen valores o estructuras organizativas diferentes. El debate no es meramente académico, sino que tiene implicaciones prácticas en la forma en que las sociedades se organizan política, económica y socialmente.
Las críticas y cuestionamientos de la democracia liberal —como concepto y como un régimen político— son parte de un debate académico, político y social, así como de una búsqueda de un sistema de gobierno que promueva la justicia, la igualdad y el respeto por todos los integrantes de la sociedad. Sin embargo, en estos debates es también válido preguntarse qué queda de la democracia cuando la despojemos del adjetivo “liberal”.
El término “democracia iliberal”, popularizado por Fareed Zakaria, describe una desviación del marco democrático liberal tradicional. Las democracias iliberales, aunque mantienen la fachada de las estructuras democráticas, como las elecciones o división de poder, carecen de la protección de las libertades civiles y del apego al Estado de derecho. El análisis de Zakaria evidencia una tendencia preocupante: naciones que respetan los procedimientos democráticos para elegir a sus líderes, pero que flaquean a la hora de garantizar los principios fundamentales que permiten el pleno funcionamiento de la democracia. Así se produce una situación paradójica en la que los gobiernos son elegidos democráticamente, pero gobiernan de una manera que erosiona la esencia misma del gobierno democrático. En la teoría y en la práctica, esa “democracia iliberal” termina siendo, simplemente, un cascarón vacío, un régimen autoritario.
La pregunta de qué constituye una verdadera democracia es más pertinente que nunca. Los ejercicios y las propuestas de construcción de las democracias iliberales desafían el modelo democrático liberal tradicional, pero también nos invitan a reconsiderar nuestra comprensión de la democracia. La experiencia mexicana, evidenciada por la pregunta de López Obrador, refleja la reevaluación más amplia de los ideales democráticos. Es crucial participar en este diálogo, reconociendo la naturaleza polifacética de la democracia, para asegurar que el sistema evolucione de manera que respete tanto la voluntad de la mayoría como a las minorías y a los derechos de los individuos.
Necesitamos recordar que la democracia, en cualquiera de sus formas, tiene que encarnar los principios de libertad, igualdad y justicia para todos y tiene que contar con los mecanismos institucionales que mantengan firmes los límites al poder. Eliminar cualquiera de estos elementos —los procedimentales o los ideales que debe perseguir y proteger— no implica deconstruir o reconstruir la democracia, sino destruirla.