Una alternativa a la prueba de Turing

Una alternativa a la prueba de Turing

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CIUDAD DE MÉXICO (apro).- De acuerdo a la Wikipedia (https://es.wikipedia.org/wiki/Prueba_de_Turing), “La prueba de Turing o test de Turing es una herramienta de evaluación de la capacidad de una máquina para exhibir un comportamiento inteligente similar al de un ser humano o indistinguible de este”. Alan Turing, reconocido como el padre del cómputo, propuso que un humano examinara conversaciones en lenguaje natural entre un humano y una máquina diseñada para generar respuestas similares a las de un humano”. Y continúa la Wikipedia: “El evaluador sabría que uno de los participantes de la conversación es una máquina y los intervinientes serían separados unos de otros. La conversación estaría limitada a un medio únicamente textual como un teclado y un monitor por lo que sería irrelevante la capacidad de la máquina de transformar texto en habla. En el caso de que el evaluador no pueda distinguir entre el humano y la máquina acertadamente (Turing originalmente sugirió que la máquina debía convencer a un evaluador, después de 5 minutos de conversación, el 70 % del tiempo), la máquina habría pasado la prueba. Esta prueba no evalúa el conocimiento de la máquina en cuanto a su capacidad de responder preguntas correctamente, solo se toma en cuenta la capacidad de ésta de generar respuestas similares a las que daría un humano.”

Pero siempre ha habido una polémica sobre si la prueba planteada por Turing demuestra algo. John Searle plantea un buen número de interrogantes que hacen dudar sobre la idea de Turing (https://es.wikipedia.org/wiki/Habitaci%C3%B3n_china). En este caso, Searle se enfrenta a la analogía entre mente y computadora cuando se trata de abordar la cuestión de la conciencia. La mente implica no solo la manipulación de símbolos (gramática o sintaxis), sino que además posee una capacidad semántica para darse cuenta, o estar consciente, de los significados de los símbolos. Para ello, plantea que el ser humano ha construido una máquina aparentemente capaz de entender el idioma chino, la cual recibe ciertos datos de entrada que le da un hablante natural de ese idioma, estas entradas serían los signos que se le introducen a la computadora, la cual más tarde proporciona una respuesta en su salida. Ahora Searle nos pide que supongamos que él está dentro de ese computador completamente aislado del exterior, salvo por algún tipo de dispositivo (una ranura para hojas de papel, por ejemplo) por el que pueden entrar y salir textos escritos en chino.

Supongamos también que fuera de la sala o computador está el mismo chino que creyó que el ordenador entendía su idioma y dentro de esta sala está Searle que no sabe ni una sola palabra en dicho idioma, pero está equipado con una serie de manuales y diccionarios que le indican las reglas que relacionan los caracteres chinos (algo parecido a “Si entran tal y tal caracteres, escribe tal y tal otros”). Así, Searle, que manipula esos textos, es capaz de responder a cualquier texto en chino que se le introduzca, ya que tiene el manual con las reglas del idioma, y así hacer creer a un observador externo que él sí entiende chino, aunque nunca haya hablado o leído ese idioma.

Dada esta situación cabe preguntarse:

  • ¿Cómo puede Searle responder si no entiende el idioma chino?
  • ¿Acaso los manuales saben chino?
  • ¿Se puede considerar todo el sistema de la sala (diccionarios, Searle y sus respuestas) como un sistema que entiende chino?

Estas preguntas sólo hacen más complejo el entender qué significa la inteligencia. Searle trata de refutar a Turing pero olvida detalles como el hecho del que simular inteligencia parece ser muy fácil. Fue Weizenbaum quien escribió Eliza, un supuesto psicólogo que platicaba en lenguaje natural con el operador de su programa. Cuando el operador escribía, por ejemplo: “me llevo mal con mi madre”, el software respondía: “háblame más de tu familia”. Eso sorprendía pero Weizenbaum solamente había hecho algunas ligas entre palabras claves del operador para enlazarlas con respuestas que parecían inteligentes. Por su parte, Kenneth Colby escribiría –en esa época también– un programa similar llamado Parry, que simulaba un paranoico esquizofrénico. Las pláticas de Parry con diversos operadores se presentan en su libro “Artificial Paranoia” trataban de probar que los psiquiatras a quienes se les mostraban estas transcripciones del intercambio entre Parry y el operador, mostraban a una persona paranoica y esquizofrénica, aunque seré franco: me parece que Colby acomoda las pláticas de forma tal que busca engañar a los psiquiatras, vamos “cucharea” los datos para hacerlos más realistas. Pero ojo, es mi opinión.

En estos dos últimos casos parece que “simular” inteligencia parece ser mucho más sencillo que exhibirla correctamente. Y pensando en esto se me ocurrió mi propia alternativa a la prueba de Turing, la cual llamaré “prueba de la Morsa” a falta de un mejor nombre. La idea es que podemos pensar en que algo es inteligente cuando se ríe de un chiste. Y opino que esto tiene que demostrar inteligencia, porque tiene que hacer una correlación entre lo que dice la broma y el contexto de la misma. Ya Artur Koestler (en su libro “Las raíces del Azar”), hace un estudio sobre la razón por la cual algo es gracioso. Koestler apela al combinar hechos que no están en el mismo contexto y es ahí donde se le da cabida a lo cómico. Pondré el ejemplo de Koestler (aunque confieso que no me parece ni remotamente hilarante): “Llega un militar a casa de un amigo y éste lo ve con 36 medallas puestas en su casaca. El amigo le pregunta: ¿Cómo es que has ganado tantas medallas? El militar le contesta: Fui al casino, aposté la única medalla que tenía y gané”. Koestler indica que la conjunción de dos escenarios incompatibles es lo que hace reír en general.

Así, la inteligencia reside no solamente en entender hechos (o simular que se entienden), sino en que quien le toca tomar decisiones sobre el tema, reconozcan que hay un contexto del mundo exterior que añade información para poder comprender que se trata de una broma y por ende, sonreír al menos. Vamos, un programa de plática no podría reírse de este chiste porque para ello necesitaría saber que los contextos militares y los de un casino se contraponen. Así, sonreír ante un chiste sería señal inequívoca de un acto inteligente.

Resumiendo: la prueba de la Morsa sugiere que (algo o alguien), es inteligente si es capaz de reírse ante una broma. Asunto que despeja todas las interrogantes de Searle al final de cuentas, ¿O me equivoco?



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