Una brecha ideológica y política divide a quienes conforman la Generación Z: mientras que los hombres zoomers son cada vez más conservadores, las mujeres han tomado un rumbo marcadamente progresista. Este fenómeno se manifiesta en una agria confrontación entre géneros que amenaza con truncar parte del progreso social alrededor del mundo, incluyendo a México.
Para ver por qué, empecemos notando la amplitud de la división ideológica entre mujeres y hombres zoomers; es decir, entre las personas que tienen actualmente de 18 a 30 años. De acuerdo con un artículo publicado la semana pasada en The Financial Times, las mujeres de esta generación son, en promedio, 30 puntos porcentuales más progresistas que los hombres.
También es importante reconocer que estamos ante un fenómeno global y sin precedente. Global porque el grupo de países que lo ejemplifican abarca cada uno de los continentes; sin precedente porque ni entre baby boomers, ni entre Generación X, ni entre millennials se observa una división ideológica relevante entre géneros, como la registrada en la Generación Z.
Aunque este fenómeno es motivo de estudio actualmente, considero seguro afirmar que hay al menos tres elementos, estrechamente interrelacionados, que deben ser considerados cuando se trata de explicarlo.
El primero es la profunda influencia del movimiento #MeToo y de la ola feminista que le ha seguido desde mediados de la década pasada.
Para efectos de este análisis, lo relevante es que la necesidad de desmontar la estructura patriarcal actualmente existente es ya, con razones sobradas, un tema principal en la cultura popular, la educación y los discursos políticos. Y que la aceleración de este proceso de empoderamiento ha generado que un buen número de hombres culpe al feminismo de varios de sus desventuras –incluyendo la pérdida de privilegios que daban por sentado, sus dificultades para establecer relaciones afectivas o su menor acceso a oportunidades laborales.
Aunque este impacto ha sido transgeneracional, su manifestación es particularmente notable entre los hombres de la Generación Z. Por ejemplo, de acuerdo con una encuesta de Ipsos para King’s College London, son más propensos que los de otras generaciones a comprar este discurso y creer que el feminismo resulta “dañino”. Además, mucho se ha comentado que, al tratarse de personas más jóvenes, se sienten menos responsables de la estructura patriarcal legada por anteriores generaciones.
El segundo elemento que ayuda a explicar la división ideológica entre las mujeres y los hombres de la Generación Z es la existencia de burbujas digitales que, literalmente, les dividen y confrontan. Por ejemplo, Michelle Cottle, integrante del consejo editorial de The New York Times, ha explicado que en Estados Unidos existe una enorme desproporción en el número de hombres que usa YouTube y en el número de mujeres que utilizan TikTok. Lo mismo es cierto para otras redes. Una encuesta realizada por el Pew Research Center muestra que las mujeres dominan en Instagram y Pinterest, mientras que los hombres lo hacen en Twitter (ahora X) y Reddit. La desproporción se vuelve brutal en casos como la plataforma Discord, popular entre los gamers, donde los hombres superan el 70 por ciento.
La agrupación de mujeres y hombres en distintas burbujas implica, desde luego, la exposición a distintos tipos de interacciones y contenidos. Plataformas como YouTube, X o Discord acercan a los hombres zoomers a contenidos marcadamente sexistas diseñados para reafirmar sus sensaciones de comprensión, resentimiento u olvido. El resultado es la constitución de burbujas de misoginia que los radicalizan y aíslan.
El tercero es la presencia de un ecosistema de medios, coaches, “artistas de ligue” e influencers que lucran con este resentimiento. Dos personas famosas dentro de este ecosistema son el influencer Andrew Tate y el escritor Jordan Peterson, misóginos que se han convertido en referentes para un puñado de hombres desencantados. El primero (quien, por cierto, enfrenta cargos de violación, de explotación sexual y de tráfico de personas) tiene 8.7 millones de seguidores y es visto favorablemente por una cuarta parte de los zoomers en Reino Unido. La aprobación del segundo en el mismo segmento es superior a 30 por ciento.
Confrontado con lo anterior, alguien podría objetar que el número de hombres jóvenes resentidos sigue siendo, a fin de cuentas, marcadamente minoritario y que, en consecuencia, no deberíamos exagerar su importancia.
El problema con este tipo de respuesta no es sólo que estamos ante un fenómeno real; estamos también ante uno exponencial y en continuo crecimiento. Un dato escalofriante ayuda a ilustrar esta tendencia: hace seis años, la brecha ideológica entre hombres y mujeres zoomers no existía; hoy les separan 30 puntos porcentuales. Estamos ante una bola de nieve que, ininterrumpida, continúa su proceso descendente.
Esto no es todo. Incluso si aceptamos, para fines del argumento, que esta tendencia ha alcanzado su techo, la constitución de un grupo de hombres sin sentido de pertenencia, culpados, dejados atrás o, de plano, amenazados por la sociedad a la que pertenecen es un problema muy serio.
Tal como Rachel Kleinfeld ha argumentado en Persuasion, este segmento alimenta a grupos que se benefician de la división de roles de género, como los populistas autoritarios o algunas Iglesias. No es casualidad que un número desproporcionado de hombres jóvenes, vía el antifeminismo, apoye a personas como Donald Trump o a movimientos de extrema derecha. Tampoco es fortuito que la ultraderecha cuente con enganchadores profesionales dentro de las burbujas de misoginia en redes, que terminan así convertidas en campos de reclutamiento.
Desde luego, es tentador encogerse de hombros y alegar que, aunque este fenómeno es preocupante, no existen evidencias de que este sea el caso de que ocurra en México. También podría objetarse que, incluso si la brecha ideológica entre géneros en la Generación Z existe en nuestro país, ésta no ha tenido un efecto político, como lo ha tenido en otras partes del mundo. En nuestro país no existe un movimiento fuerte de ultraderecha que atraiga a los hombres jóvenes.
El problema con lo primero es que todos y cada uno de los elementos mencionados arriba para explicar este fenómeno aplican para nuestro país: los jóvenes mexicanos están tan expuestos como los de otros países al mismo movimiento feminista, a las mismas redes sociales disponibles y un ecosistema de personas que buscan capitalizar su resentimiento –Ricardo Salinas Pliego es el mejor ejemplo. Si aceptamos que estos son factores determinantes, debemos también admitir que estamos, cuando menos, en riesgo.
La cuestión con lo segundo es que, salvo Salinas Pliego, desde la ultraderecha mexicana nadie ha buscado capitalizar este movimiento. Por el momento, los proyectos políticos de los ultraconservadores en México están basados en un discurso abiertamente religioso que, en el extremo, plantea la conveniencia de disolver la separación entre Iglesia y Estado. Este tipo de discurso difícilmente puede resonar para las personas más jóvenes. El caso de Eduardo Verástegui es muestra de ello.
Además, es previsible que la llegada de la primera mujer a la Presidencia exacerbe el resentimiento sexista y Ricardo Salinas Pliego y compañía no se irán a ningún lado. Recordemos el caso de Estados Unidos, donde la presidencia de Obama funcionó como revulsivo para los impulsos racistas que, potenciados por redes anteriormente existentes, alimentan hoy el Trumpismo.
Es momento de hacer un corte de caja. Hemos visto que hombres de la Generación Z tienen un marcado movimiento hacia la derecha. También revisamos tres elementos que ayudan a explicar este fenómeno. Dado que todos estos elementos están presentes en nuestro país, la confrontación entre géneros, que amenaza con truncar parte del progreso social alrededor del mundo, debe ser mirada con mucha atención desde México.
*Profesor Asociado de Filosofía en la Universidad de Nottingham, Reino Unido.
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