En el sur de Francia, camiones extranjeros cargados de productos alimentarios fueron vaciados en la Ruta Nacional 7 el jueves 25 de enero por agricultores enfurecidos. En Francia, que durante mucho tiempo se ha enorgullecido de ser el granero de Europa, actualmente se importa un tercio de los alimentos. El comercio internacional es visto como una calamidad por los agricultores en mayores dificultades. Como los ganaderos de vacunos, que pierden terreno desde hace diez años.
El movimiento comenzó en el suroeste, entre los ganaderos que luchan actualmente contra un nuevo problema, una enfermedad epizoótica. La producción francesa de frutas y hortalizas también está en caída libre. Este declive se compensa con importaciones cada vez mayores. Lo mismo ocurre con la industria avícola. Uno de cada dos pollos procede del extranjero. Francia podría incluso convertirse en importador neto de leche en los próximos años.
Los principales competidores de los franceses son europeos –polacos, alemanes y españoles– porque son más competitivos. En estos tiempos de inflación, el consumidor francés, ya sea un hogar modesto o una empresa de restauración, prefiere el precio a la calidad o el made in France. Las normas sanitarias y medioambientales son las mismas en toda Europa, señala Sandrine Levasseur, economista especializada en temas europeos. Hablar de competencia desleal en este ámbito es excesivo.
Sobre todo, los nuevos proveedores de Francia tienen un modelo económico diferente, subraya la economista. Un modelo más integrado, más productivista. Como la explotación de 1.000 vacas, muy extendida en el norte de Europa pero rechazada en Francia. La liberalización de los intercambios agrícolas europeos también ha debilitado ciertos sectores al favorecer la hiperespecialización. Por ejemplo, Francia exporta carne de ternera a Italia y España e importa carne de vacuno del norte de Europa. “A principios de los años 2000, un kilo de carne vacuna consumida en Europa contenía 200 gramos de carne importada, mientras que hoy esa cifra se duplica”, señala Sandrine Levasseur. Una herejía para el medio ambiente y una organización despiadada para los eslabones más débiles.
Acuerdos de libre comercio
Los agricultores franceses también se sienten sacrificados en los acuerdos de libre comercio. Acuerdos que, por ejemplo, facilitan la entrada de pollo de gama baja procedente de Brasil. Pero también son beneficiosos para otros sectores, como los cerealistas que exportan trigo al norte de África. Los productores de vino y queso exportan más a Canadá gracias al Acuerdo Económico y Comercial Global (CETA), afirma la especialista en comercio Charlotte Emlinger. También en el marco de un acuerdo de libre comercio se importan las tortas de soja, vitales para alimentar las granjas avícolas y porcinas.
Y las barreras persisten: Europa sigue siendo uno de los mercados agrícolas mejor protegidos. En cuanto a las normas medioambientales exigidas por la Unión Europea, hacen subir el precio de la producción de gama baja, pero también son un factor de competitividad. Los productos europeos son buscados en el mercado mundial por su calidad, señala el economista del Centro de Prospectiva e Información Internacional (CEPII). Es un argumento que no cala entre los agricultores en crisis, que ven cómo sus ingresos y su producción caen en picado y su profesión desaparece.