Francois Ozon en “Mi crimen”

Francois Ozon en “Mi crimen”


Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publicarán en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).

CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- Madeleine (Nadia Tereszkiewicz) y Pauline (Rebecca Marder), una rubia y otra morena, viven juntas. Una ambiciona hacerse famosa como actriz, la otra destacar como abogada. Son los años 30, nos es fácil para estas jóvenes abrirse camino en un mundo todavía dominado por hombres, productores que condicionan su apoyo con favores sexuales, o abogados tiesos y cargados de prejuicios (estupendo Fabrice Luchini) contra las supuestas intenciones de mujeres fatales.

Cuando un productor aparece asesinado, Pauline se inculpa, pues el escándalo es la mejor forma de publicidad.

Pocos realizadores franceses de hoy en día son aún capaces de lograr el equilibrio del buen gusto al que aspira la comedia francesa, entre coherencia lógica y situaciones a base de peripecias absurdas; con “Mi crimen” (Mon crime; Francia, 2023), François Ozon (París, 1967) ejecuta, en virtuoso, la tradición del “vaudeville” (vodevil), teatro de boulevard, de triángulos amorosos y cornudos, más ese cine de comedia fina que desarrolló Hollywood en los años 30 con directores importados de Europa como Lubitsch, o el cine de detectives, el ‘quién lo hizo’ del Hitchcock de los 30.

“Mi crimen” es una adaptación de la pieza de teatro de Georges Berr y Louis Verneuil de 1934, dramaturgos afines a Sacha Guitry, actor y escritor que refinó por completo el teatro de boulevard; asimismo, Jean Renoir y su “Regla del juego” circulan a través de enredos deliciosos y giros sorpresivos que orquesta Ozon.

El llamado toque Lubitsch, sofisticado y amoral en términos de Hollywood, aún menos moral en Guitry, impregna la visión de estas mujeres capaces de jugar con reglas sociales y prejuicios porque los conocen a fondo, saben del teatro de convenciones, del morbo social y del poder del escándalo. El cine de François Ozon, incluso en sus películas más fúnebres (“Franz”, “El amante doble”), es puro drama de máscaras, a cual más de terrible; las peripecias y ocurrencias de Madeleine y Pauline no son sólo resortes de la acción, meros recursos para entretener, cada giro descubre siluetas falsas y apariencias, el director las quita o las utiliza con toda conciencia, incluso con mucha mala fe por parte del trio de mujeres y sus imitadoras.

Cuando aparece la gran Diva, Isabelle Huppert, parodia de sí misma, evocación de Sarah Bernhardt, estrella de cine mudo desplazada por el sonoro, dispuesta a pelear por su propio crimen, a defenderse como la verdadera autora, el público, el de la sala de cine y el que la admira dentro de la historia, aplaude la chispa, la desfachatez y, sobre todo, esa moral que sale sobrando, que no tiene lugar frente al hecho insignificante de asesinar a un productor puerco y abusivo.

En la era del MeToo, los franceses hablan ya de un post MeToo puesto que ha evolucionado. ‘Mi crimen’ es un MeToo anacrónico, los autores de la pieza, en 1934, no habrían sido conscientes de la tormenta que caería sobre Europa; Ozon sabe que un año antes Hitler había tomado el poder. El huevo de la serpiente, evocando a Bergman, estaba listo; en su versión machista (“Inglorious Bastereds”), Tarantino se permite la fantasía de una historia en la que a los nazis pierden desde el arranque; Ozon traslada la realidad actual de la protesta femenina y la sitúa en un mundo en el que la misoginia permea la ley y todo su discurso, la moral y todo aquello que se suponía que la mujer era capaz para tentar al hombre y trastocar las buenas costumbres.

 





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