Ciudad de México (Proceso).- Dahiya era un poblado del sur de Líbano que fue destruido por el Ejército de Israel en 2006 para acabar con un bastión de Hezbolá habitado por población chiita. Quiere decir la destrucción de la economía y de la infraestructura con fuerza desproporcionada, matando a muchos civiles con la intención de causar un impacto disuasivo.
El término no fue acuñado por enemigos del Estado israelí sino por el coronel Gadi Eizenkot, quien dos años después publicó en el Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de la Universidad de Tel Aviv el libro donde promueve su aplicación para responder a ataques paramilitares. (Paul Rogers, profesor emérito de Bradford University, The Guardian, 5 de diciembre de 2023).
La doctrina ha sido ya aplicada en Gaza en guerras anteriores por Israel para dejar en claro que no tolerará amenazas a su seguridad y que puede detener cualquier insurgencia y de paso impedir el desarrollo de cualquier país en sus fronteras.
Esa acción desencadenada por la dinámica conocida de arrojar cohetes al territorio israelí y desafiar la respuesta desproporcionada con misiles poderosos, provocó en 2006 la muerte de más de dos mil libaneses sin que se pueda saber cuántos eran miembros o siquiera partidarios del Partido de Dios y el desplazamiento de un millón de personas en el sur, como sucedió con casi medio millón de israelíes en la frontera compartida. Líbano nunca se recuperó de ese golpe porque perdió una infraestructura de agua, luz, gas y comunicaciones imposible de reestablecer dadas las condiciones económicas del país que acercan a la miseria a gran parte de sus pobladores.
Sin embargo, el 11 de agosto de ese año el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 1701 para el cese de las hostilidades aceptada tanto por Israel como por Hezbolá.
La doctrina Dahiya se aplica en la confrontación que desde hace dos meses mantienen Gaza e Israel que, como en el caso citado, va por la destrucción de infraestructura y la muerte de quién sabe cuántos miles de gazatíes con el pretexto de acabar con la insurgencia y tampoco es posible saber cuántos pertenecen a Hamas o siquiera son partidarios. Pero se invoca una posible resolución cuando la ONU ha perdido presencia en los diferentes conflictos que actualmente tienen lugar. También se ha acentuado el descrédito sobre Hamas y Hezbolá que Estados Unidos llamó organizaciones terroristas antes de ser conocidas. Ahora pide a los países que antepongan el calificativo al hablar de ellas y sin duda muchas de sus acciones han sido terroristas como el ataque de Hamas del 7 de octubre con efectos que es difícil suponer habrían sido calculados.
Para empezar, quién podría pensar que Israel pudiera ser tomado por sorpresa sin encontrar la resistencia con la que cuenta debido a su capacidad armamentística que ha demostrado en sus ataques por aire y tierra en Gaza. Por eso quedan muchas preguntas que el gobierno de Benjamin Netanyahu deberá responder en su momento.
También habrá que observar si la ONU recuperará el lugar de arbitraje mundial que había alcanzado, ahora sustituido por la fuerza de Estados Unidos, en un papel decisorio en esa contienda como en el de la guerra en Ucrania y Rusia que mantiene su alta peligrosidad para el mundo.
Según varios puntos de vista en diferentes países, Estados Unidos es el único que país que podría lograr a un alto al fuego en Gaza, pero realiza su propio juego simulando las consecuencias de la fuerza de los ataques de Israel con el establecimiento de un corredor de ayuda humanitaria, mismo que no puede ni siquiera paliar las pérdidas que han debido enfrentar los palestinos de Gaza, hacinados ahora en el sur frente a la puerta de Rafah, con la intención de que Egipto abra las puertas para desocupar el territorio.
Un problema grave radica en por qué unos países pueden detentar las armas que considere y otros no. Y el asunto ya es un problema grave en Israel si se recuerda “la tragedia del israelí que frenó un atentado y acabó ejecutado por un soldado ultra que lo tomó por palestino”, como El País tituló el artículo de Antonio Pita del 5 de diciembre pasado que dio cuenta del malentendido que causó la muerte a Yubal Doran Castelum, expolicía con permiso de portar armas, que disparó contra dos palestinos buscando detener su ataque a israelíes que esperaban en un paradero de autobús. Confundido por reservistas, le dispararon pese a que, herido, les gritaba que era judío israelí.
Su muerte sin sentido, ha puesto a debate las formas como las fuerzas armadas reaccionan frente a las acciones en las que se involucran palestinos que, muchas veces reducidos, son asesinados. En el caso mencionado, quien disparó fue un soldado ultraderechista identificado con los “jóvenes de las colinas”, como llaman a los colonos más ideologizados de Cisjordania.
Coincide todo esto con lo que ha venido sucediendo con los potenciales permisos para portar armas que desde el 7 de octubre se han elevado a 400 mil y el ministro de Seguridad, Itamar Ben Gvir ha prometido regalar a los colonos 10 mil, de las que 4 mil serán de las llamadas largas. El ministerio tiene ya 260 mil de las que ya se aprobaron 30 mil y 50 mil están en su fase final.
El 30 de octubre un periodista interceptó a Ben Gvir y le preguntó por qué no había visitado a los heridos por el asalto del 7 de octubre y respondió: “Estoy ocupado repartiendo armas”, concluía Pita en su artículo.
Después del intervalo del cese al fuego de 7 días en Gaza, las fuerzas emplazadas han continuado, sin importarles tantas muertes de civiles. Hamas mantiene con obstinación a más de cien rehenes e Israel no cesa sus bombardeos que han provocado la muerte de más de 15 mil palestinos cercanos o no a esa organización. Los estadunidenses continúan alardeando sobre la ayuda humanitaria para los más de un millón de palestinos desplazados y la respuesta desmedida de Israel, pero al mismo tiempo continúan el envío de las poderosas armas que utiliza. Por eso el temor de las palabras del secretario de Estado Antony Blinken cuando dice que “en ninguna circunstancia Estados Unidos permitirá una relocalización de palestinos” y ni siquiera una “redefinición de las fronteras” y a saber si habla realmente de eso con los involucrados en los constantes viajes que ha realizado a la región.