Es difícil añadir algo a los numerosos comentarios que se han hecho con motivo de la muerte de una de las personalidades que mayor influencia tuvo en las relaciones internacionales de las grandes potencias en el siglo XX. Su legado es altamente polémico. Su contribución más significativa fue, quizá, el establecimiento de relaciones entre China y Estados Unidos, cuyos efectos son tema dominante de la política internacional contemporánea. Sin embargo, los males que provocaron algunas de sus decisiones justifican que se le considere uno de los mayores criminales de nuestro tiempo. Baste recordar los bombardeos en Vietnam que pudieron haberse evitado, las masacres en Camboya, o la participación, bajo sus directivas, del golpe de estado en Chile o el apoyo a los militares en Argentina.
Ahora bien, dentro de los aspectos que no han sido suficientemente tratados se encuentran, primero, la influencia del periodismo de investigación en dar a conocer la historia de los procesos de toma de decisiones que llevaron a las acciones de altísimo costo en vidas humanas a las que me he referido.
El trabajo llevado a cabo por los periodistas del New York Times y el Washington Post que culminó con la publicación de los Papeles del Pentágono constituye uno de los momentos de mayor triunfo en la búsqueda de los hechos que se encuentran detrás de decisiones que tan seriamente afectan la vida de millones de seres humanos.
En la actualidad, cuando las redes sociales y las “noticias falsas” se están convirtiendo en la manera más popular de enterarse de los acontecimientos, se corre el peligro de dejar en segundo término el papel tan significativo que desempeña la prensa de investigación. Gracias a ella, los personajes que podrían pasar por héroes adquieren su verdadera dimensión.
Digno de mencionarse es el estupendo Obituario de Kissinger publicado por el New York Times (1/12/23). Los aspectos positivos y los fuertemente condenables de su vida pública están minuciosamente descritos ahí.
El segundo aspecto que no ha recibido suficiente atención es el grado en que, como lo hizo Kissinger, se destaca exclusivamente la voz e influencia de los líderes de las grandes potencias. Al parecer, ellos son los únicos constructores de la historia, sin voltear a ver a quienes, desde países de menor desarrollo, dejan una huella importante en el devenir de la misma.
Hace cerca de 30 años Kissinger vino a México a presentar la versión en español de su conocido libro La diplomacia. publicado por el Fondo de Cultura Económica. Comentamos el libro, si la memoria no me falla, Bernardo Sepúlveda, Fernando Solana y la que suscribe.
Reproduzco unos párrafos de mi participación que considero válidos en la actualidad:
“Como toda obra que cubre un horizonte muy amplio, ésta transmite una visión parcial de los acontecimientos. Para un lector proveniente de un país del sur, la ausencia más notable es la participación de estadistas y líderes de otras latitudes, más allá de Europa y Estados Unidos, en la definición y funcionamiento de los sistemas internacionales. Con la única excepción de Nasser, a quien se dedica un extenso análisis en el capítulo XXI con motivo de la crisis del Canal de Suez en 1956, el libro se ocupa solamente de la acción de los países poderosos.
“Sin embargo, un fenómeno tan importante como la pérdida de las colonias españolas en el siglo XIX, y su correspondiente impacto en las relaciones de poder existentes al momento de celebrarse el Congreso de Viena, podría tomar en cuenta la actividad independentista de Simón Bolívar. De manera similar, el proceso de descolonización que se inició después de la Segunda Guerra Mundial y que determinaría, a su vez, el campo de maniobra para los estadistas ingleses, no se explicaría sin las actividades de Gandhi; la nueva configuración de fuerzas en el cono sur de África no puede entenderse sin Nelson Mandela y, quiérase o no, el funcionamiento del sistema bipolar se vio alterado por las actividades de Fidel Castro.
“Podría comentarse que las acciones de estos hombres y los eventos que encabezaron representaron hitos importantes, pero no fueron definitivos para transformar el sistema internacional existente. Sin embargo, su importancia radica en los cambios que produjeron al interior de dicho sistema; como resultado de ello, se abrió un espacio para la participación de nuevos actores y tuvo lugar lo que podría llamarse un nuevo ‘reparto de cartas’ en el juego de poder entre las grandes potencias. India, la cual Kissinger ubica como uno de los posibles polos de poder para el siglo XXI, muy probablemente no hubiese alcanzado tal posibilidad sin el ya mencionado esfuerzo independentista de Gandhi y la activa política exterior de Nehru.
“Este tipo de omisiones resulta inquietantes para los países en desarrollo. ¿Se piensa, acaso, que los diplomáticos de esos países no desempeñaran papel alguno en la configuración del orden internacional del siglo XXI? ¿Se les imagina como agentes meramente reactivos, destinados a operar dentro de las coordenadas fijadas para ellos por los estadistas de las grandes potencias? ¿Cuáles serán las aportaciones para el orden mundial del próximo siglo de los diplomáticos de los países medianos y pequeños? ¿Cómo evitar que las políticas internacionales del futuro se reduzcan a la visión diseñada por los países más poderosos?” (Texto reproducido en la Revista Mexicana de Política Exterior, 1995)
Los comentarios anteriores, expresados hace casi 30 años, cobran importancia en el tercer decenio del siglo XXI, cuando el Sur Global surge con fuerza como un actor que trata de influir dando equilibrio y estabilidad al orden mundial dominado por los intereses de las grandes potencias.