Los colaboradores de la sección cultural de Proceso, cuya edición se volvió mensual, publican en estas páginas, semana a semana, sus columnas de crítica (Arte, Música, Teatro, Cine, Libros).
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Pintor, postconceptualista y artivista, Antonio Ortiz (“Gritón”) es otro de los artistas que merece una exhibición institucional de revisión de carrera.
Nacido en 1953 en la Ciudad de México, sobresalió en la pasada década de los años 80 con un vocabulario pictórico de estética postmoderna que, con estridentes cromatismos, integraba la presencia animal en el devenir de la vida urbana cotidiana. Fragmentadas en planos que se interceptaban evidenciando la repetición de los patrones geométricos y ornamentales que los constituían, sus composiciones fusionaban tecnología y naturaleza a través de una poética “naiv” que conjugaba la presencia de teléfonos, sillones, macetas con plantas y audaces felinos que saltaban por encima de las mesas.
Promovido en esos años por las galerías Florencia Riestra y OMR, ambas en la Ciudad de México, “Gritón” decidió huir de las exigencias creativas del éxito comercial, sustituyendo la alegría cromática por medios compuestos de una exagerada austeridad. La naturaleza se mantuvo en sus obras, pero ya no como una representación pictórica, sino a través de la intervención de registros de vida como la piel que mutan las serpientes.
Oscilante siempre entre la afectividad de las expresiones populares y la denuncia de conductas y aspectos sociales que considera negativos, sus obras abordaron en la década noventera tanto la fragilidad de la vida –a través de numerosos pollitos vivos que invadían el piso exigiendo la precaución de los espectadores para no pisarlos–, como la confrontación sobre el interés y desinterés de contemplar el gran arte mexicano: en el Museo Carrillo Gil de la Ciudad de México instaló varias vaquitas inflables que extasiadas miraban las obras de la colección.
En el siglo XXI, su interés por apoyar e informar sobre movimientos sociales derivó en distintos proyectos de artivismo artístico y, consciente del potencial estético-relacional del espacio urbano, promovió también un Museo de Arte Público que organizaba intervenciones en las calles del centro de Tlalpan, en la Ciudad de México.
Gregario y generoso, “Gritón”, además de haber construido en los últimos años redes de colaboración curatorial con profesionales que operan en ciudades europeas –Venecia y Londres–, ha incorporado a jóvenes en sus proyectos.
Explorador silencioso del potencial que tiene la expresión pictórica para evocar, sin representar, tanto circunstancias sociales como reflexiones teóricas, en 2016 inició un proceso creativo que, partiendo de la deconstrucción figurativa, se introdujo en la complejidad de insinuar el espacio y el tiempo presentes.
Concentrado en “empujar el tiempo” desde el presente al futuro y de ahí al presente, después de haberse concentrado en vocabularios gestuales de estridentes cromatismos, “Gritón” recupera signos de su creación pasada y emergente proyectando un futuro que, con gruesos trazos que refieren al espacio y espirales que evocan el movimiento perpetuo del tiempo, regresan a un presente que se basa en la relación entre el sonido y la acción pictórica.
Denominadas como “Alucinaciones”, sus pinturas de gran formato, gestuales, hipnóticas y estridentes, se convierten en paisajes abstractos que, al convivir con signos de referencia popular –como fragmentos de manteles de plástico de motivos florales–, alteran la percepción espacio-temporal.
Creadas entre 2017 y 2023, sus “Alucinaciones” se presentan hasta el próximo 10 de diciembre en el Palacio de la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México, en el Centro Histórico de la ciudad capital. Y si bien sólo es una pequeña muestra de su propuesta, son piezas que develan a un autor que rebasa, con su sencillez, la complejidad de su creación.